EL BARRIO SEGÚN OTTO
Varias de las postales del Liniers de antaño, permanecen inalterables en la memoria del vecino Otto Mikolanda, y las describe en esta nota
A sus joviales 92 años, Otto Mikolanda sigue viviendo en su casa de José León Suárez al 800, la misma que habitó con sus padres checos desde que era muy pequeño. Por entonces, la avenida General Paz era poco más que un potrero y junto a sus amigos la disfrutaba remontando barriles y cazando mariposas. “Cuando pasaba un auto, aplaudíamos”, recuerda con el mismo humor chispeante que conserva de aquella época.
Otto mantiene intactas todas esas imágenes de su infancia y juventud en Liniers, tanto que en un abrir y cerrar de ojos parecen fluirle a borbotones, para pintar, incluso, hasta el más mínimo detalle. “La General Paz se asfaltó recién en 1939 y se hizo el puente sobre las vías del Sarmiento, que por aquellos años todavía se llamaba Ferrocarril del Oeste. En ese entonces Rivadavia lucía empedrada y solía inundarse por la falta de cloacas”, expresa sin titubeos.
Hace una pausa y otra imagen sepia lo devuelve al pasado. “José León Suárez antes se llamaba Bariloche y Timoteo Gordillo era Jáchal”, sentencia, para dejar en claro el terreno sobre el que va a transitar. “En Bariloche y Rivadavia había una confitería que vendía masas, bombones y panes, que se llamaba Mignón, y enfrente se ubicaba la mítica pulpería ‘La Blanqueada’, que al frente tenía un palenque donde los carreros, lecheros y guitarreros que venían de San Justo, Ramos y Ciudadela, ataban sus caballos. Después entraban y jugaban a las cartas, a la taba y apostaban en las riñas de gallos”. Y casi sin respirar, agrega “al lado de Mignón funcionaba el mercado ‘San Esteban’, donde Francisco, mi papá, tenía su fiambrería, cuya especialidad era el chucrut y los fiambres ahumados alemanes, que unos paisanos le traían de Mataderos”.
Por ese entonces, la clase obrera de Liniers juntaba peso tras peso para comprar lotes en la inmobiliaria Mattera, la misma donde en 1930 el padre de Otto adquirió el terreno donde aún hoy se encuentra su casa.
“A la vuelta, en Ramón Falcón y Bariloche, donde hoy está el Shopping Plaza, que se inauguró en 1990 –continúa Otto sin la asistencia de ningún apuntador- estaba el viejo Mercado de frutas y verduras de Liniers, del que todavía hoy puede observarse parte de aquel edificio ladrillero”. Cuenta que hasta allí llegaban los carros que transportaban fruta y que las bananas que aún estaban verdes se apilaban en el sótano. Y agrega un dato singular “En el mismo Mercado se fabricaba el hielo –asegura- se hacían barras de un metro de largo para refrigerar algunos alimentos. De hecho Lisandro de la Torre antes se llamaba Tellier, en honor a Charles Tellier, el francés que inventó la cámara frigorífica. Porque antes las carnes se salaban para evitar que se pudrieran. Me acuerdo que Tellier estaba empedrada y por ahí se arriaba el ganado hasta el matadero. Pero también el ingreso se hacía por Emilio Castro, por Alberdi y por avenida de los Corrales”.
Y en se recorrido mental por las calles de antaño, la mente de Otto se detiene ahora en la vieja avenida Rivadavia. “Por Rivadavia circulaba el tranvía 1, que iba desde Liniers hasta Primera Junta y costaba 10 centavos: y el 2, que llegaba hasta Paseo Colón”, explica, y luego aclara que “si se lo tomaba a las 6 de la mañana, cuando la gente iba a trabajar al Centro, salía 5 centavos y se llamaba ‘boleto obrero’”. Recuerda también que además circulaba el colectivo 63, que iba hasta Primera Junta y salía 20 centavos. “Viajar ahí era un lujo –asegura- porque estaba muy bien equipado, con detalles de categoría para la época. Entraban no más de quince personas. Se ingresaba por una única puerta que estaba sobre el lado izquierdo y se pagaba al bajar”. Otto remarca que aquella costumbre de manejar por la izquierda, que aún hoy se mantiene en Inglaterra, tiene una explicación: “originalmente en los carruajes con dos o cuatro caballos, el chofer se sentaba en el pescante y para tener más velocidad, sacaba el brazo derecho y le pegaba a los caballos con un látigo. Pero como del lado derecho estaba la vereda, cuando sacaba el látigo podía lastimar a un peatón, por eso se cambió por la mano izquierda, costumbre que aún hoy perdura”.
Uno de los entretenimientos de aquellos años era el cine. En Montiel, frente a la Escuela República Francesa, evoca Otto, estaba el Canadian II (luego Odeón) “el I estaba en Alberdi”, dice anticipándose a la pregunta. Sobre Rivadavia, donde actualmente están las galerías, funcionaban el Capitolio, inaugurado en 1920, y el Edison. “El Capitolio era más popular, no tenía butacas acolchadas –argumenta- pero el Edison era la sala más lujosa del oeste. Tenía el nivel de las Galerías Pacífico. Los sábados daban tres películas por un peso y venía gente de todos lados, más aún cuando se presentaban las figuras de la época, como Carlos Gardel, Florencio Parravicini o Hugo de Carril”.
Pero aquel esplendor pareció opacarse con los años y con la fuerza que Liniers le imponía a su pujante centro comercial. “A medidos de los 50’ se optó por tirar el cine y armar la Galería Liniers, que también era un verdadero lujo”, recuerda Otto, en referencia al paseo comercial que unía Rivadavia y Ramón Falcón inaugurado en 1956. Por entonces era considerada la galería más grande de Sudamérica, no sólo por su extensión, sino también por la gran cantidad de locales y rubros comerciales. Se calculaba que la visitaban entre 100 mil y 130 mil personas cada día. “Algunos años después –agrega- se creó la Galería Crédito Liniers, que era más moderna, con desniveles y salida también por la calle Carhué”.
Aunque faltan unos minutos para las 6 de la tarde, ya casi no hay señales del sol del invierno, y la charla de cuarentena –videollamada mediante- va llegando al su fin. Pero antes del cierre, Otto se anima a revelar el secreto de su entusiasmo y vitalidad. “Es, simple, a la vida hay que vivirla con alegría y con proyectos. No hay que discutir, hay que aprovechar cada minuto porque es único”, dispara haciendo foco en la importancia de las cosas simples. Y para que aquello no quede sólo en palabras, ahora es él el que agradece el tiempo dispensado y apura el desenlace. “Tengo que terminar unos juegos para entregar esta semana”, se disculpa, y cuenta que desde hace años fabrica unos bowlings de mesa artesanales en madera y acero -con pedana y todo- que luego comercializa entre sus contactos. “Eso y el ajedrez me mantienen la cabeza activa”, puntualiza.
Proyectos, eso es lo que le sobra a Otto. Pero eso sí, todos enmarcados en la inigualable geografía de su querido barrio de Liniers.
Josefina Biancofiore
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