Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
May 3, 2024 2:28 am
Cosas de Barrio

De corazón a corazón

Sin recursos del Estado, las voluntarias del Santojanni tienden su mano solidaria a los pacientes internados en el hospital de Liniers

El Hospital Santojanni, ubicado en el corazón del barrio de Liniers, es el centro de salud pública más importante del sudoeste porteño. No sólo atiende vecinos, sino que, gracias al helipuerto recibe heridos de tránsito provenientes de diversas zonas de la Ciudad y el conurbano. Esto genera una gran cantidad de pacientes que requieren asistencia médica y logística, por lo que muchas veces los médicos y enfermeros no dan abasto. Claro que también es necesario el acompañamiento humanitario para aquellos pacientes que no puedan estar con su familia, y para eso está el equipo de voluntariado.

Previo a la pandemia, la oficina del voluntariado funcionaba dentro del hospital. Por entonces contaban con presupuesto por parte del Estado porteño y disponían de los recursos necesarios para llevar a cabo su tarea. Pero todo cambió drásticamente con la llegada del COVID. La mayoría de los voluntarios eran adultos mayores que con la cuarentena, la falta de permisos para circular y el miedo a contagiarse, dejaron de asistir, por lo que el director del hospital decidió cerrar el departamento. Fue entonces que las religiosas de la congregación “Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad” obra Don Orione, tomaron el control del voluntariado y hasta el día de hoy están llevando a cabo todo tipo de tareas dentro del hospital. La hermana María de los Ángeles cuenta “nosotras hacemos de todo, le damos de comer a los enfermos que están solos, les cambiamos la ropa, les cortamos el pelo y las uñas. También afeitamos a los hombres y nos ocupamos de repartir las donaciones que llegan para los bebés”.

De todas formas, ellas no están solas, hay un pequeño grupo de voluntarias que constantemente intentan conseguir más personas que vayan a ayudar. Una de ellas es Margarita Eva Duré, quien trabaja como voluntaria en Santojanni desde hace 22 años. Muy emocionada, recuerda “comencé en esto porque mi hermana estuvo internada acá, y hubo un hombre que nos ayudó muchísimo a las dos. La cuidaba a ella cuando yo no estaba y me contuvo mucho en los momentos difíciles. Siempre pensé que era un enfermero, hasta que un día me comentó que era voluntario, entonces me di cuenta de que quería hacer lo mismo que él”. Y es que esa es otra de las tareas de un voluntario: más allá de cubrir las necesidades de los enfermos y ayudarlos con su higiene, se encargan del acompañamiento psicológico del paciente y sus familiares. “Creo que a veces las palabras de consuelo me las pone Dios, porque yo jamás sé que decir”, confiesa Margarita. 

En tantos años de servicio, acompañó enfermos en todo tipo de situaciones. “Hace unos años -recuerda- yo iba por los pasillos y siempre veía a la misma anciana llorando, hasta que un día me acerqué y le pregunté qué le estaba pasando. Me contó que tenía una vecina que la iba a visitar todos los días y le llevaba comida, pero hacía una semana le había llevado unos papeles que ella firmó sin siquiera preguntar qué eran. Desde ese entonces, la mujer no había vuelto a visitarla. Ahí nos dimos cuenta de que le habían robado su casa”. Una historia oscura que, sin embargo, tiene un final feliz. Margarita se contactó con el abogado del hospital y juntos lograron recuperar la casa de la mujer. “A pesar de que uno vive situaciones muy difíciles y ve cosas que no quisiera ver -sostiene- el trabajo del voluntario es inmensamente gratificante, es en casos como estos que nos damos cuenta la importancia de nuestro trabajo, vivimos cosas que quedan en nuestro corazón para toda la vida”.

Un poco entristecida, Margarita revela “yo nunca me olvidé de mi primer paciente que falleció”. Y se remonta al 2006, en la época del SIDA, cuando varios pacientes eran abandonados por sus familias ya que, para muchos, aquella enfermedad era vista como una vergüenza. “Hubo un muchacho que estuvo dos años internado acá, solo. Yo iba casi todos los días y charlaba con él porque su familia no lo visitaba. En sus últimas semanas ya se había quedado ciego, yo lo ayudaba a comer, le había cortado el pelo unas cuantas veces, nos habíamos encariñado mucho. Él estaba muy solo y yo era la única compañía que tenía, hasta que un día simplemente fui al hospital y me avisaron que había fallecido durante la noche. Fue un dolor enorme… Esa es, sin dudas, es la peor parte del voluntariado, pero trae consuelo saber que le lleve un poquito de alegría en ese momento tan difícil que le tocó vivir”.

Como se observa, en muchos casos los voluntarios tienen que lidiar con la impotencia, pero como si no fuera suficiente con las situaciones que ven a diario, también deben enfrentar la falta de recursos. “Antes de la pandemia la situación era diferente, trabajábamos mucho mejor, pero desde que cerraron el departamento dependemos de las donaciones”, revela la hermana María de los Ángeles. En teoría, se supone que los voluntarios reciben ciertos insumos por parte del Ministerio de Salud porteño, pero eso no está ocurriendo. En ese sentido, Margarita se muestra enfática: “yo ya no creo en los políticos, porque vienen y se sacan fotos con nosotras, pero después no nos ayudan con nada. Nunca nos llegan las cosas que deberían, y ahora en época electoral directamente no recibimos nada, parece que hacer veredas y poner carteles es más importante que abastecer a los hospitales”.

De allí que las donaciones resulten imprescindibles. Se necesitan elementos de higiene como champú, jabón y maquinitas de afeitar, incluso pañales. “A veces vienen mujeres a parir que no tienen absolutamente nada para sus hijos. Nosotras nos ocupamos de acercarles ropa, mantas, mamaderas y pañales, que son los que más falta nos hacen, porque a veces ni siquiera hay pañales en el hospital y vienen los propios enfermeros de neonatología a preguntar si nosotras tenemos. Es una vergüenza”, remarca.

Pero ese no es el único problema. “La ropa es otro tema, porque en la pandemia también nos cerraron el lavadero, y yo no puedo llevarme a lavar la ropa de los enfermos a mi casa porque corro riesgo de contagiarme algún virus, o incluso de no desinfectar las prendas como se debe y contagiar bacterias de un paciente a otro. Pero al no tener cómo lavar en el hospital, muchas veces tenemos que tirar la ropa a la basura después de una sola postura, es desesperante”, expresa Margarita con impotencia.

Todo el equipo de voluntarias ha hecho incontables reclamos, pero nunca recibieron respuesta. De allí la necesidad de apelar a las donaciones. “Yo a veces salgo a pegar carteles por la zona, la gente no sabe lo que se vive dentro del hospital, las carencias que hay. Realmente se necesita mucha ayuda”.

Las donaciones se reciben en cualquier momento del día en la capilla del hospital, ubicada al costado del edificio principal detrás del helipuerto, sobre el acceso de Pilar y Patrón. Pero también hacen falta manos dispuestas a tender su corazón solidario. El único requisito para ser voluntario es ser mayor de 18 años, y tener algún día disponible en la semana entre las 12:30 y las 14:30, que es el horario del almuerzo. Margarita asegura “es algo que convive perfectamente con la vida de cualquiera, yo salgo de acá y me voy a trabajar”. Y aunque advierte que “es una tarea difícil y muy triste en ciertos momentos”, asegura “eso no le quita lo gratificante. A mí me hace muy feliz hacer lo que hago, y espero que otras personas sientan el mismo llamado”.

Fiama Arrighi Mazzoni

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