La supervivencia del más piola
Pisa el freno, saca el cambio y apaga el motor. Se inclina sobre el asiento del acompañante y saca una franela de la guantera. Ahora abre la puerta, desciende del auto y lo cierra. Lo que sigue es una escena que se repite a diario en distintos puntos de la ciudad: el conductor se agacha y cubre la chapa trasera de su vehículo para eludir las polémicas fotomultas, en una versión renovada de la máxima “hecha la ley, hecha la trampa”.
Dificultar la visión de la patente es una de las tantas artimañas que habitualmente utilizan varios conductores desprejuiciados, a la hora de estacionar su vehículo en zonas prohibidas (avenidas, paradas de colectivos, rampas para discapacitados o salidas de garajes), superar los límites de velocidad o, lo que es peor, cruzar semáforos en rojo, haciendo gala de tácticas tan ingeniosas como ilegales.
Claro que esta nota no pretende avalar el polémico sistema de control de tránsito porteño que, lejos de apuntar a corregir conductas indebidas, termina por convertirse en una mera estrategia recaudatoria (en la actualidad constituye el segundo ingreso de las arcas públicas municipales). Sin embargo, la impunidad de la que gozan “los vivillos de siempre” genera un entendible malestar en el resto de los conductores, con los que las camionetas blancas se muestran infranqueables, a la hora de gatillar su cámara fotográfica.
En la “titánica” tarea que desde hace varios años desarrollan en la ciudad, los encargados de generar las fotomultas (que por lo general circulan acompañados de un efectivo policial) rara vez se toman el trabajo de detener su vehículo y bajarse para quitar la franela, la hoja de papel, el CD o la cinta roja contra la envidia que obstruye la patente trasera, para posteriormente sacar la foto de la infracción, haciendo mención de ambas irregularidades (el estacionamiento incorrecto y el ocultamiento de la patente). Para ellos resulta mucho más simple gatillar la cámara sin moverse de la butaca, escrachando a aquellos conductores tan infractores como los anteriores, pero mucho menos precavidos.
El Código de Faltas porteño pena con multas de 102.900 pesos al conductor que “impida o dificulte” la visualización de la placa de dominio “mediante pliegues, aditamentos, mal estado de conservación, colocación en lugares o forma antirreglamentaria”. Sin embargo, los jueces no se ponen de acuerdo sobre si, además, utilizar estas estrategias es delito. Algunos lo encuadran en el Artículo 289 del Código Penal, que pena con seis meses a tres años de prisión al que “falsifica, altera o suprime la numeración de un objeto registrado de acuerdo con la ley”, pero muchos otros jueces ni siquiera se detienen en este punto. De esta forma, el ejército de los “tapapatentes” se engrosa día tras día, con la incorporación de aquellos que, cansados de recibir fotos de sus autos mal estacionados (o no) adhieren a esta costumbre que la ley deja pasar amablemente por alto.
Hace algunos años, esos desacuerdos se evidenciaron en un fallo de la Cámara del Crimen que decidió –por dos votos a uno- que tapar la patente constituía una infracción, pero no un delito. El caso en debate fue el de un hombre que estacionó su Ford Ka con el número 3 de la patente alterado. Los jueces Alberto Seijas y Carlos González, entendieron que esa conducta no podía encuadrarse en el Código Penal, porque el ocultamiento se había hecho en forma burda y fácilmente detectable. Pero el camarista Julio Lucini opinó que sí era delito, porque el conductor evitó la “correcta identificación del dominio del vehículo y afectó de ese modo el bien jurídico tutelado”.
Por su parte, en la Subsecretaría de Justicia porteña admiten que las fotomultas no sirven si salen en blanco o si sólo muestran una placa tapada. Y entre las controversias judiciales y las limitaciones de una foto, se filtran los vivos de siempre. La viveza criolla, se sabe, no tiene límites y mucho menos decoro. Mientras tanto, los accidentes de tránsito siguen engrosando el índice de mortalidad de la Ciudad de Buenos Aires y la falta de conciencia social hace prevalecer la “supervivencia del más piola”.
Lic. Ricardo Daniel Nicolini
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