Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 29, 2024 8:16 am
Cosas de Barrio

Loco por el fútbol (y su historia)

El linierense Carlos Yametti es un estudioso de los orígenes del fútbol argentino y sus libros ya han dado la vuelta al mundo

Alguna vez, Jorge Luis Borges definió al fútbol como “once jugadores corriendo detrás de una pelota”. Desde entonces, diversos adalides de la patria futbolera tomaron aquella frase como una afrenta. Sin embargo, lejos de producir un quiebre irreparable entre el fútbol y las letras, tendieron un puente sólido y perdurable. Así, muchas plumas destacadas hicieron del fútbol un trampolín para lanzarse al vacío de la ficción literaria, y algunos pocos, incluso, se atrevieron a escarbar en la historia de la redonda para luego presentar sus investigaciones en forma de libro.

Uno de esos obsesivos en el arte de aunar ambas pasiones es el linierense Carlos Yametti, autor de tres libros referidos a la historia de los clubes del ascenso, y presidente –y fundador- del Centro para la Investigación de la Historia del Fútbol (CIHF).

“Mi pasión futbolera nació en 1964. No sabía mucho del tema, pero como en el colegio mis compañeros pasaban largos ratos charlando de fútbol, me picó el bichito de la curiosidad como para poder participar en esas charlas. Por eso un domingo prendí la radio y escuché mi primer partido: Boca le ganó 1-0 a Independiente, con gol de Pedro Callá, y poco después se consagró campeón. A partir de ahí, les dije a mis amigos que era hincha de Boca”, comienza evocando Carlos en el living de su casa de los pasajes de Liniers, el barrio que lo cobija desde hace 45 años, más precisamente desde el día en que se iniciaba el Mundial 78’.

Sin embargo, aquel idilio xeneixe sería pasajero. “Una tarde –recuerda- mi padre me invitó a la cancha para ver a un primo, que era Pedro De Ciancio y jugaba en Almagro. Antes de salir compré Crónica para ver cómo le iba a Almagro en la tabla, pero no pude encontrar ninguna información, entonces lo consulté a un compañero del colegio. Su respuesta fue terminante: ‘¡No boludo, Almagro es de la B!’, me dijo. Ahí me enteré que había cuatro categorías en AFA y con muchos nombres de clubes que nunca había oído”.

Hoy Carlos no recuerda contra quién jugó Almagro aquella tarde de sábado, sólo tiene presente el resultado: “fue un cero a cero aburridísimo”, asegura. De lo que sí da fe es de que ese fue el punto de partida que le despertó las dos grandes pasiones que hoy, sesenta años más tarde, aún conserva: su fanatismo por Almagro y por la historia del fútbol.

“Como para entonces el Tricolor llevaba jugado en esa temporada cerca de 30 partidos, quise conocer todos sus resultados. Mi papá me dijo que lo ideal era acercarme a una biblioteca y solicitar los diarios de fechas anteriores. Una vez ahí fue como entrar en el túnel del tiempo: podía encontrar información de otros años, retroceder décadas y hasta llegar a los orígenes de mi club y de todos los equipos de los que hablaban mis amigos”.

Ese fue el inicio de un viaje de ida que lo transformó en historiador futbolero. Algunos años después, en 1970 empezó a trabajar como ayudante del contador en un importante estudio jurídico, donde se jubiló en 2008 como Gerente de Facturación. “Ahí me terminé de encariñar con los números. Soy matemático de alma, me paso el día sumando, restando y haciendo todo tipo de cálculos”, reconoce.

– ¿Investigás sobre todos los equipos o sólo los del ascenso?

– La gente de mi grupo me llama “ojo redondo” porque todo me interesa. No sólo de Argentina sino de todo el mundo. Espero que nunca se descubra que hay fútbol en otros planetas porque sino se me va a complicar (risas). Pero en realidad me especializo más en el ascenso y en el fútbol del interior, materias menos conocidas y que dan mucho más campo para la investigación al tener menos cabida en los medios.

– ¿Cómo te nutrís de información precisa para poder reconstruir la historia de cada club? Supongo que tendrás miles de horas en la biblioteca…

– Básicamente mis fuentes son los diarios y las revistas de la época, y también los testimonios de quienes fueron testigos o partícipes. Claro que, en estos casos, considerando la fragilidad de la memoria y la subjetividad del fanatismo. En los últimos treinta años se han editado muchos libros hechos por historiadores de clubes, y aunque son de mucha utilidad por los datos que traen y que te ahorran horas de bibliotecas, yo los miro de reojo por eso del fanatismo… Como sea, hace 55 años que recorro un montón de bibliotecas: de la Nación, del Congreso, de la Legislatura, de un montón de diarios y de diversas localidades del conurbano y del interior (aprovecho cuando voy de vacaciones). Con un promedio de dos visitas semanales de unas tres horas cada una, y a veces más. Así que con miles de horas creo que te quedás corto…

– ¿Y qué te dicen tu señora y tus hijos sobre esta pasión? ¿Te apoyan?

– Sí, me parece que de tantos vicios que uno puede tener, este es uno de los más sanos. Mis hijos lo ven con curiosidad y mi esposa me apoyó siempre. De hecho, en ocasiones, ella misma me dice “me parece que hace mucho que no vas a la biblioteca”. Y no es porque me quiera sacar de encima, eh… (risas). También me soporta estoicamente cuando estoy con algún trabajo que necesito mucho material bibliográfico y le inundo la mesa del comedor con fotos de diarios, libros y revistas.

Lejos de lo que pueda suponerse, la pasión de Carlos por la historia del fútbol no se replica en su avidez por la actualidad de la redonda. Él lo explica así “vi mucho fútbol en las décadas del 60 al 80, y por entonces se jugaba más libre, no había tanta estrategia, eran más importantes los jugadores que los técnicos, los planteles eran más estables y más fácil de reconocer los jugadores. De hecho, no era tan trágico perder varios partidos al hilo, ni tan enconada la rivalidad entre los equipos linderos. Qué sé yo, debo ser un bicho raro, pero soy de esos que no se alegran cuando a mi equipo le dan un penal que no fue o que le desagrada cuando uno de mis jugadores se desespera pidiéndole al árbitro que le saque tarjeta a un rival. Tal vez por eso disfruto más cuando un partido pasa a ser historia que cuando se está jugando”.

– ¿Cómo fue que te vinculaste con otros historiadores futboleros?

– En mis idas a las bibliotecas, observaba que había otras personas que consultaban páginas de fútbol en diarios antiguos. Entonces les sugerí trabajar en conjunto y compartir el material obtenido. Después de un tiempo, se me ocurrió formar un centro de historiadores, al estilo de los que funcionaban en Europa y con los que yo estaba en contacto. Por entonces estaba editando una serie de fascículos que vendía por suscripción (El Archivo del Fútbol) y por mi amistad con Edgardo Martolio, dueño de la Editorial Sineret que publicaba la revista Sólo Fútbol, me facilitaban las instalaciones y computadoras para ese trabajo. Cuando les comenté mi idea de formar un Centro me dieron un espacio en la revista para explicar la idea y citar a una reunión a quienes quisieran formar parte. A esa reunión fueron unas cien personas. La idea gustó y a los pocos días, en agosto de 1989, se formaba el CIHF, con alrededor de 60 socios.

A los pocos meses, la flamante entidad comenzó a editar su boletín mensual y, aunque no tenía sede fija, los integrantes se reunían los primeros viernes de cada mes en una cena de camaradería. “Desde aquel lejano agosto del 89’ hasta el presente, llevamos 34 años juntándonos mensualmente. Además, desde hace un par de décadas nos intercambiamos material a través de un grupo en Yahoo, y en noviembre de 2002, en una reunión realizada en el Club Excursionistas, nos constituimos como una Asociación Civil sin Fines de Lucro. O sea que tenemos 34 años de existencia y 21 en la IGJ”, resume Carlos.

Actualmente, el CIHF cuenta con 130 asociados nacionales e internacionales, aunque por sus filas pasaron más de 500. “Sin duda somos todos locos –concede Carlos-. Algunos locos integrales, ojos redondos, como yo, y otros especializados en la Selección Nacional, el clubcito de sus amores, el fútbol del interior o el coleccionismo de material futbolero”.

– ¿Cuántos libros sobre el tema llevás editados?

– En Argentina tengo tres libros futboleros, y en breve habrá un cuarto. Además, tres series de fascículos y aportes de mis estadísticas para unos diez libros partidarios y notas diversas para distintos medios. Además, en Bélgica publiqué, en conjunto con otro historiador, seis guías sobre el fútbol de Norte y Centro América. Lo más insólito es que escribí una historia sobre el fútbol de Chile a pedido de una editorial italiana. También durante un tiempo trabajé como columnista para France Football, de Francia, y The Footballer, de Inglaterra. Pero como no sólo de fútbol vive el hombre, también publiqué un libro de cuentos, a partir de mi participación en el Taller Literario del Centro Cultural Elías Castelnuovo.

Aunque reconoce que su destreza para la investigación futbolera contrasta con el escaso manejo de la redonda, tiene, no obstante, algo de qué enorgullecerse. “Siempre fui un tronco –asegura sin eufemismos-. Para mí la pelota era más bien cuadrada u ovalada, como la del rugby. En la escuela me defendía bastante bien en el arco, sobre todo atajando penales, pero cuando jugaba otro de arquero me mandaban de siete, porque era rapidito. En una ocasión jugamos con el equipo del estudio jurídico en cancha de Colegiales, en Munro, contra el equipo de una villa que había armado el Padre Mugica, que también jugaba y lo hacía bastante bien. Los muchachos nos dieron un flor de paseo, pero cuando perdíamos 11 a 0, ellos estaban tan entusiasmados por llegar a la docena que se descuidaron en defensa. Yo quedé arriba solito de puntero derecho y en una de esas me llegó un rechazo de nuestros defensores así que corrí, gambeteé al aquero -debe haber sido la única vez en mi vida- y metí el del honor”.

– Y con el Padre Mugica en el equipo rival ¿Qué tal?

– Sí señor, porque, como decía Félix Luna, “todo es historia”. Y si es de fútbol, mejor.

Ricardo Daniel Nicolini

Mano a mano

En todos estos años desempolvando recuerdos futboleros, Carlos Yametti atesora un sinfín de hechos singulares y datos curiosos del mundo de la redonda, que muy pocos conocen o recuerdan. Muchos, incluso, provienen de la época del amateurismo, en la que Carlos suele ahondar con sus investigaciones. “Hay muchas anécdotas de esa época, pero la que resulta más increíble es la del arquero manco”, dice Carlos, y se acomoda en el sillón para empezar a narrarla con detalles.
“En 1906 participaba en Primera A el equipo de Barracas Athletic Club, institución nacida a fines del siglo anterior y con un raudo desarrollo institucional y deportivo. En 1901 se había adjudicado el torneo de Segunda División ganando todos los partidos y al año siguiente se inscribió en Primera, dispuesto a derribar la supremacía de Alumni y Belgrano. Luego de unos años de actuaciones decorosas comenzó a sufrir un fuerte deterioro y cuatro años más tarde era evidente que el club se caía a pedazos. Pocos asociados y una estructura débil preanunciaban un destino inexorable. En 1906 intentó el retorno y fue admitido en la Asociación; pero le costaba conseguir los jugadores suficientes. Tal es así que, en los tres primeros encuentros, el arco se repartió entre tres jugadores: Batto, Winnie y Barreiro. Recién en la cuarta jornada apareció Potter, que atajó en tres partidos consecutivos”.
Y acá viene lo curioso: “El 26 de agosto, Barracas viajó a Campana para enfrentar al local Reformer. Se presentó solamente con ocho jugadores, entre los cuales no había ninguno que quisiera ocupar el arco; entonces la responsabilidad recayó en Winston Coe; que era el presidente de la entidad y de uno de sus fundadores. Antes de la fundación de Barracas, Coe había sido jugador de Belgrano, pero arrastraba un importante problema físico: ¡era manco! En una foto se ve claramente que le faltaba parte de su brazo izquierdo. El referido encuentro lo ganó Reformer por 11 a 0…”.
Yamettí cuenta que, al año siguiente, Barracas se reforzó con el ingreso de varios jugadores de Nacional de Uruguay. Entre estos se encontraba Cayetano Saporiti, arquero de la selección uruguaya. Pero luego de un corto lapso, Saporiti volvió al tricolor y nuevamente la valla barraqueña quedó desguarnecida. Una vez más, entonces, Coe se calzó el buzo de arquero durante tres encuentros: contra Argentino de Quilmes (1-2), Alumni (0-5) y Quilmes (1-4). Carlos sonríe y se guarda el as de espadas para el final: “La crónica periodística del encuentro contra los muchachos de Watson Hutton (Alumni), una fuerza incontenible por entonces rescata que ‘…si no fueron más goles se debió a la excelente actuación del arquero de Barracas, revolcándose una y otra vez’, y que ‘este mérito se agranda en Coe dado su deficiencia física’”.

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