Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
May 7, 2024 12:27 pm
Cosas de Barrio

Adiós al trovador de Liniers

José Ángel Trelles: el barrio y el mundo de la música lloran a una de sus voces más emblemáticas

“Nací en Caaguazú y Murguiondo, a seis cuadras de Rivadavia”, le contó hace varios años a Cosas de Barrio en su casa de Hurlingham, lejos del smog y el ruido de la Ciudad, pero invadida por el mismo aroma a jazmines que alguna vez impregnó a su inolvidables casa de Liniers. Por eso la noticia de su muerte, ocurrida el 10 de diciembre pasado a los 79 años, no sólo consterna al mundo de la música popular sino también a quienes habitan esta porción del oeste porteño.

José Ángel Amato –tal lo delataba su DNI- había nacido el 28 de agosto de 1943 en aquella casa de Liniers, la misma donde transcurrió su infancia, su adolescencia y buena parte de su juventud. Cuando dejó el barrio a los 25 años, su voz ya empezaba a sonar en la radio y en la televisión y el apellido artístico “Trelles” reemplazaba al original.

Poco después se iniciaría una carrera descollante que lo instalaría como una de las voces más trascendentes de la música popular. Si hubiese que compactar su biografía artística en un párrafo sería inevitable mencionar su paso como cantante junto al maestro Astor Piazzolla, con quien recorrió el mundo entero. Su voz también cosechó aplausos en los principales escenarios, como el Carnegie Hall de Nueva York, el Carlos Marx de La Habana, el Memorial de San Pablo o nuestro emblemático Teatro Colón. Grabó más de veinte discos, ganó decenas de premios nacionales e internacionales y llevó el tango por los cinco continentes. Protagonizó durante cinco temporadas el multipremiado musical “El diluvio que viene” y en televisión brilló junto a su amigo Sandro, en un programa musical que se alzó con el Martín Fierro.

Pero a lo largo de toda su exitosa carrera, que se extendió por más de seis décadas, Pepe Trelles jamás se olvidó de sus orígenes, enmarcados en la inconfundible geografía del barrio de Liniers. “De chico iba mucho con mi familia a la cancha de Vélez, y aunque soy cuervo de alma, por esos años vi más a Vélez que a San Lorenzo”, destacaba el cantautor, un apasionado del fútbol, el mismo que practicaba en la plaza Martín Irigoyen, ubicada frente al colegio Dalmacio Vélez Sarsfield, donde cursó la Primaria. Si se lo consultaba, solía recordar con exactitud los nombres de cada uno de sus compañeros, incluso el de la portera Irma y el de la Revista Anhelos, “que escribíamos a mano e imprimíamos nosotros mismos con papel gelatinoso”, evocaba.

Por ese entonces, la música ya le quitaba el sueño “era una época en la que dedicarse a hacer música era más o menos como ser un delincuente –sentenciaba-. Guitarrero, vago y borracho era lo mismo”.

Pero el hechizo que lo ligaría para siempre con el canto surgió una noche de verano. “Fui a ver un cantor maravilloso que cantaba con  HYPERLINK “https://es.m.wikipedia.org/wiki/Osvaldo_Pugliese” \t “_blank” Osvaldo Pugliese y se llamaba  HYPERLINK “https://es.m.wikipedia.org/wiki/Alberto_Mor%C3%A1n” \t “_blank” Alberto Morán. Tenía una pinta infernal, y las mujeres se sacaban los corpiños y se los tiraban. Sí, sí: esos que se usaban antes, armados y duros”, recordaba antes de lanzar una sonora carcajada. “Entonces me dije: ‘Yo tengo que laburar de esto’. Después, gracias a Dios, tuve el apoyo de mi Viejo”.

Poco después, “estando en el secundario, le dije a mi Viejo que me gustaba la música, que quería trabajar y largar los libros. Y él me dijo que sin realmente me gustaba, que estudiara en serio”. Así fue que Trelles tomó sus primeras clases de guitarra en Liniers, con el maestro García Lorenz. “Tuve la fortuna de que enfrente de casa vivieran unos músicos excepcionales. Roberto Cingolani, Roberto Seijo y Hugo Tobbio, fueron las personas que me iniciaron en el conocimiento de la guitarra. Me dieron una mano muy grande, hasta me hacían cantar con ellos, lo que ya era patente de cantar bien, porque sino no te daban bola”. Por entonces, con apenas 16 años, Pepe trabajaba en la fábrica de jabón Guereño. Entraba a las cinco de la mañana y salía a una de la tarde. “Iba a mi casa, comía como un desaforado, dormía la siesta, y después cantaba en un cabaret hasta las cuatro de la mañana y de ahí me iba directo a la fábrica”.

Trelles solía decir que de Liniers guardaba “los más lindos recuerdos de mi vida”. Allí vivió hasta los 25 años, cuando con su familia rumbeó para Parque Patricios. “Unos años más tarde volvimos por un tiempo, pero ya no estaba mi Viejo, y no era lo mismo…”, aclaraba con la voz entrecortada.

Aunque en su extensa trayectoria artística figure el honor de haber grabado un disco con el maestro Osvaldo Pugliese o haber cantado en vivo acompañado por Héctor Stamponi, poner su voz sobre los acordes del bandoneón de Astor Piazzolla “fue algo así como cumplir con mi sueño del pibe. Después de eso, todo lo que pueda hacer cantando va a ser de relleno”, sostenía, e incluso aseguraba “cantar con Astor es como tener un hijo”.

Hasta ese entonces, la carrera de Trelles se debatía entre varias propuestas de escaso rigor artístico, que nunca llegaban a satisfacer sus expectativas. “Tuve la posibilidad de ser galán de telenovelas, de ir a Puerto Rico a cantar boludeces, pero mis objetivos en la música no eran esos, ni mucho menos hacer plata, porque plata podés hacer jugando al Quini también. La música, después de mis afectos humanos, es lo que más quiero en el mundo”, enfatizaba.

Pero a su enorme capacidad vocal, Trelles le sumaba una ductilidad envidiable sobre el escenario. Así lo demostró al protagonizar una de las comedias musicales de mayor éxito y permanencia del teatro porteño. “Haber hecho ‘El diluvio que viene’ fue una experiencia enriquecedora, porque para un tipo como yo, que venía de cantar en una actitud casi estática, tener que actuar y bailar en el escenario, fue todo un desafío”. Y recordaba que “como era un tronco bailando, tenía que ensayar 16 horas por día, incluidos los domingos”.

Con una mirada crítica y comprometida con los avatares de la sociedad, Trelles definía su estancia en el barrio como una reserva de energía inagotable. “Recordar mis años en Liniers siempre es una bocanada de aire fresco. Además, porque yo vivía en Liniers cuando la globalización de la hijaputez, todavía era muy lejana”, decía con su tono manso y reflexivo. Y puesto a filosofar, arriesgaba “si nos diéramos cuenta de que todos estamos en lista de espera, comprenderíamos que lo más grande que podemos tener y dar es el afecto”.

Y así se fue el Pepe Trelles, rodeado de afecto y con los bolsillos vacíos de haberlo dado todo. Pero eso sí, sus tangos y sus canciones seguirán perfumando el barrio, tanto como aquellos jazmines de su inolvidable casa de Liniers.

Ricardo Daniel Nicolini

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