Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 18, 2024 9:21 pm
Cosas de Barrio

Al calor de la transa

Son casi las 6 de la tarde pero el calor no afloja. El sol de una primavera disfrazada de verano rebota contra el asfalto caliente, que lo triza en mil brillos apagados, y las veredas de Liniers, mezcla de baldosas y cemento, son un infierno para el caminante. El Chapa –llamémosle así- está apoyado contra la pared y con el revés de su mano izquierda se seca la transpiración de la frente. Le da el último sorbo a la lata de Quilmes que lleva en la diestra, y como tantas otras veces, inicia su derrotero por Ventura Bosch hasta José León Suárez. Al llegar a la palta, se acerca al árbol, se agacha, y casi sin detenerse deja junto al pasto que rodea al tronco, la lata vacía y una pequeña bolsa anudada, según lo pactado. Ahora la mano derecha se hunde en el bolsillo delantero del jean y la izquierda vuelve a hacer el trabajo sucio, sobre la frente bañada en sudor.

La figura del Chapa se pierde lentamente entre tantas otras que pululan por las inmediaciones de la Terminal de ómnibus de Liniers. Más atrás, la General Paz espera ansiosa la inexorable caída de Febo, pero el astro se resiste y la sigue observando con soberbia desde lo alto. En la esquina, a pocos metros de la palta, un policía enfundado en su chomba bordó observa con atención la pantalla de su celular y sonríe, mientras el barrio late su ritmo frenético al compás del calor. La sombra de otro árbol y las maravillas del whatsapp, parecen ser el conjuro ideal para alejarlo por un rato de la realidad.

“¿Con calor mi amigo?”, lo interpela un vecino cincuentón con varias décadas en Liniers, que no ve la hora de llegar a su casa para cambiar el pantalón de vestir por un short y la camisa de mangas largas por la musculosa. “Sí, está pesado”, contesta el policía y se desentiende por un instante de la pequeña pantalla. El hombre se despide y pocas veredas más adelante entra a su casa. Como casi siempre que recorre esas tres cuadras que lo separan de Rivadavia, no puede evitar replantearse la idea de irse, de abandonar el barrio que lo vio crecer y que fue el telón de fondo de casi toda su vida. Un barrio que ya no es el mismo. Y ahora, mientras se cambia y se apresta a compartir unos mates con su esposa, aquella idea rebota incesante en su cabeza y se sacude como un cascabel.

Su barrio de Liniers, el de su adolescencia y su juventud, el de las sillas en la vereda y los chicos jugando a la pelota, el de la vuelta al perro después de cenar o el de la bici zigzagueando por los pasajes, no es más que un hermoso recuerdo pisoteado por la cruel y absurda realidad. Un Liniers, opaco, descuidado, violento e inseguro donde la droga parece haber llegado para quedarse, un Liniers que no es ni por asomo, el que alguna vez soñó para sus hijos.

Pero allí está su historia, la que lo sorprende a cada paso y se empecina en retenerlo. Y entonces, por momentos, no entiende a los que decidieron partir. El ruido monótono y constante del ventilador lo aletarga. “Mirá que no es un micrófono, eh…”, le recrimina su esposa, entonces apura el mate y se lo devuelve. El blanco intenso de la mesa de la cocina es la pantalla ideal para proyectar sus pensamientos. Como tantos otros de sus vecinos, el hombre se siente abandonado por los funcionarios de turno, que con su actitud desaprensiva le dan rienda suelta al descontrol e insisten en mirar para otro lado, mientras el barrio –su barrio- se ahoga, se entumece, se desangra…

Su hija más chica aparece en la cocina y lo sorprende con un abrazo y un beso en la mejilla. La vitamina ideal para alejar broncas y malos pensamientos. Y como si fuera poco, se saca los auriculares y le propone salir a tomar fresco a la vereda, como solía hacer él con ella hace varios años, cuando era apenas una beba y, con su madre y su hermano mayor, la paseaban de esquina a esquina en el cochecito.

Aunque el calor sigue siendo intenso, la brisa fresca de la calle es una bendición. Respira profundo, como queriendo guardar para siempre en sus pulmones el viejo aroma del barrio, y ve acercarse a su hijo desde la esquina, que cuando pasa junto a la palta, se agacha y recoge una pequeña bolsa, antes de regalarle una sonrisa.

Lic. Ricardo Daniel Nicolini

cosasdebarrio@hotmail.com

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