Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 20, 2024 3:52 am
Cosas de Barrio

El día que en Mataderos lloraron todos los hombres

Una mirada nostálgica que retrata la jornada en la que los vecinos se despidieron del Mercado

Por Amalia Lavira (*)

Ubicado en el sudoeste porteño y con casi 65 mil habitantes, el barrio de Mataderos -o “el campo en la ciudad”- cuenta con 7.3 kilómetros de superficie. Sus límites son: al oeste, la avenida General Paz, que lo separa de Lomas del Mirador y Villa Insuperable, en el partido de La Matanza; al sur, la avenida Eva Perón, línea divisoria con el barrio de Villa Lugano; al este, la calle Escalada, vínculo con Parque Avellaneda; y al norte la avenida Emilio Castro, que lo separa de parte de Villa Luro y Liniers. Hasta acá los datos fríos.

Tener la vivienda en un barrio alejado del centro, como Mataderos, significaba convivir, es decir compartir, alegrarse y penar, sentirse parte de cada vecino; conocer íntimamente sus problemas o alegrías, no sólo de esa familia cuya casa estaba separada apenas por una pared medianera o un simple alambrado, sino de la que vivía a tres cuadras -y más- a la redonda. Padres y abuelos compartían tanto trabajos como descansos; los hijos y nietos asistían a las mismas escuelas, iglesias o templos y a los mismos potreros, donde jugaban cada tarde hasta que se los llamaba para la merienda o la cena. Además, los domingos al mediodía se encontraban en la panadería y en la fábrica de pastas con nombres repetidos, como “La espiga de oro”, por ejemplo, o se hacían eco de los festejos populares de carnaval o fechas patrias de los centros comerciales.

Las vecinas solicitaban o prestaban una taza de azúcar, un limón, papas o cebollas cuando a alguna se le pasaba la hora en que la despensa o la verdulería estuvieron abiertas, porque bajar la persiana era significado de siesta para el comerciante, y “cerrado” implicaba que no se abría hasta más tarde ni que golpearan o tiraran la puerta abajo con plegarias.

La vecindad entera, de vereda a vereda, perseguía las hormigas por las noches, armaba junto a los niños la fogata de San Pedro y San Pablo (San Juan) y así vivían lo bueno como lo malo o regular. Era un sentir de barrio, por eso se tendía la mano al necesitado que en muchas casas se les daba buena acogida, techo, comida y estudio a los que llamaban “guachos”, no en forma despectiva, sino porque eran niños y jóvenes abandonados a su suerte por sus propias familias. También eran bien recibidos los que se habían “desgraciado”, es decir que por algún revés de la vida habían estado presos y quedaban en libertad sin saber adónde ir ni qué hacer, y se les daba techo, trabajo, afecto…

Era el tiempo en que se daban uvas, mandarinas, limones, nísperos… en que se compartían tortas y recetas, buñuelos calentitos y aquellos ñoquis de papa caseros con estofado de gallina, o el típico pucherito de falda o caracú, nabiza, choclos, zapallo, papas; era el tiempo de la sopa de cabellos de ángel o de letritas, para que los niños formaran palabras en el plato hondo… Pero dejemos también los recuerdos cotidianos.

En el Mercado de Hacienda de Liniers (ahora llamado así) está -hablemos en presente- el personal de seguridad, mantenimiento, limpieza, administración, etc. Son en total unas dos mil personas que tienen su empleo dentro del Mercado, antes nacional, hoy sociedad anónima. El típico trabajo del hombre que posee y monta su caballo, arrea, separa, marca y pesa para que se pueda rematar el ganado (ya no hay matanza). El remate, que hasta hace un tiempo cualquier turista podía presenciar solicitando a las autoridades el permiso, regía los precios en la mayor parte del país y llegaba a abastecer a un importante número de habitantes. Los hombres que aún permanecen ejecutando el rito ancestral, son hijos, nietos y bisnietos de los pioneros, de los que llegaron desde Parque de los Patricios y crearon las posibilidades para que el barrio emergiera del llano… Pero debemos dejar también esto para relatar lo que sucedió el domingo 8 de mayo último.

Desde las primeras horas de la mañana al barrio de Mataderos llegaban miles y miles de personas, asistían convocadas por la Feria de las Artesanías y Tradiciones Populares; por la otra Feria formada a su vera, nacida poco a poco hasta tener su propio reglamento; por los vendedores “manteros”, ofreciendo “todo lo que necesiten entre el vestir y el comer”; por el parque Alberdi con su pista de skate, anfiteatro, lago, verde, aire puro y cielo; por el lugar histórico de la recova original, edificio de la administración del Mercado de Hacienda nacional, municipal, privado según la época, la única del país que cobija el monumento al Resero, el Museo de los Corrales y algunos locales que sirvieron de vivienda a los trabajadores; llegaban porque se celebraba el Día de la Virgen de Luján, quien estrenando el vestido que le cambian una vez al año (ya que al estar expuesto al sol pierde el color) ofrecía bendiciones a su paso por las calles mataderenses, cuidada y adornada por las primorosas paisanas, custodiada por el Padre Adrián, cura párroco de San Pantaleón, por los jinetes vestidos de fiesta, y por la fe de reconocidos amigos que observan cada detalle del cambio de vestido desde hace tantos años, más precisamente desde el día en que los gauchos sobre sus caballos fueron a Luján a bendecir la imagen que trasladaba José Roberto Mercado en su camioneta.

La población daba el presente en Mataderos porque sería la última ocasión en que se encontraría reunida a las puertas del Mercado de Hacienda, que se mostraba desfalleciente, con la picota sobre sí, pese a haber sido el sitio que durante tantas generaciones dio pan y trabajo; el que diera origen al barrio comenzaba a entrar en su pasado…

Para conocer pioneros, tantas y tantas familias, recomiendo que vayan a leer los nombres de los gauchos (faltan los actuales) que están escritos en las columnas de la recova. Los habitantes del barrio, no todos fueron o son gauchos, obviamente, porque ellos llegaron con sus esposas, hijos, amigos… Los espacios estaban preparados para el retorno de la virgencita para que desde su lugar continuara bendiciendo cada día a quienes pasan por allí; para el desfile gaucho y la corrida de sortijas; para que en el corazón de Mataderos los turistas encuentren las canciones y los bailes sobre el escenario, y para el famoso asado, las empanadas, el locro, los pastelitos y postres argentinos, la copa de vino, de cerveza, de gaseosa, de jugos de fruta. Cada artesano exponía sus mejores trabajos, cada rincón de nuestra patria estaba representado en sus artes y productos, cada corazón, ese domingo 8 de mayo, latía pensando en el Mercado.

Hubo largos y apretados abrazos en los reencuentros esperados e inesperados y hasta una inexpresable alegría al volver a contenerse, segundos antes de recordar que la pandemia aún no terminó, para retornar al barbijo y los cuidados ¡Tan difícil de plasmar en palabras es la indescriptible, enorme emoción de los lugareños por lo que representaba ese día! Cierre y demolición del Mercado, esa casa grande que acogió a abuelos, padres, hijos… (mi tata y mi papá, pioneros ellos, gente de a caballo, no puedo dejar de mencionarlos, sepan comprenderme). Fue en el momento de cantar el Himno Nacional Argentino y de ver la bandera azul y blanca elevarse, cuando las lágrimas ya no pudieron controlarse y las gargantas se cerraron. Fue en ese instante en que aquello de “los hombres no deben llorar” quedó rotundamente aplastado por un presente de lluvia plateada en sus ojos (nosotras, las mujeres, somos lloronas “aceptadas”, pero en un barrio de “hombres machos”…). Hacia el lugar que mirara había un pañuelo en los ojos ¡Pucha! y no de gauchos solamente, de jubilados, hijos, padres…. Ese cuadro, ese detenerse del tiempo viendo mil llantos en uno, jamás se alejará de mis pupilas, de mi corazón, mi alma, mi memoria…

La foto que acompaña esta nota es de Fabián Vitale, con los ojos hinchados por padecer el traslado. Fabián representa a los otros, y la pequeñita muestra cómo ahora las mujeres también saben montar (la familia Pereyra ha hecho un culto de las “amazonas mataderenses”). Mucho más podría decir, pero prefiero dejar aquí el relato.

Chau mercado ¡Bendiciones trabajadores del Mercado de Mataderos! Amigos, vecinos, Dios los guíe y les de fuerzas para no aflojar, para poder viajar cada día hasta Cañuelas. Confíen en que él los va a acompañar, y nosotros también.

(*) Amalia es escritora, narradora, poetisa, historiadora y cultora del lunfardo, además de ser vecina desde siempre y enamorada del barrio de Mataderos, y orgullosamente nieta e hija de reseros. Facebook/Amalia Olga Lavira

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