Liniers de celeste y blanco
El recuerdo de las fiestas patrias celebradas en el barrio, cuando el frío del invierno se combatía con folklore y pastelitos
Por Daniel Aresse Tomadoni (*)
En ese arcón de los recuerdos barriales en que de un tiempo a esta parte parece haberse convertido un sector de mi casa, días pasados encontré un volante amarillento con un aviso singular. Allí se convocaba a los vecinos a los festejos que se llevarían a cabo esa misma tarde noche del 9 de julio, en la emblemática esquina donde durante muchos años se montó el escenario del corso de Liniers: Carhué y Ramón Falcón.
En la previa de aquella jornada festiva de 1964, reconocidos comerciantes de la zona y algunos vecinos, se reunían para izar la bandera nacional en el mástil de la Plaza Sarmiento. Desde temprano se vivía un clima especial con las calles adornadas con banderines celestes y blancos, así como también la iluminación en los alrededores del escenario y los palcos, casi como en carnaval. Recuerdo que un numeroso público se agolpó aquella tarde en el lugar durante el desarrollo del espectáculo. Se lucían cantantes folklóricos y hasta un grupo de la reciente música beat, que emulando a Los Beatles o a los rioplatenses Shakers, también brindó su show. A pesar de no ser música telúrica, se ganaron los aplausos de la concurrencia. Claro que no podían faltar los zapateadores, quienes con sus espuelas le sacaban chispas a las tablas en sus solos de malambo.
De lejos podía sentirse el inconfundible aroma de los choripanes, a la espera de que la concurrencia, en un alto del espectáculo paliara el frío de la tarde noche con ese manjar bien nuestro. Mientras, entre la muchedumbre, deambulaban quienes, al mejor estilo de French y Berutti, vendían escarapelas y banderitas celestes y blancas. A ellos se sumaban los vendedores de rosquitas, pastelitos y las infaltables garapiñadas.
Una vez finalizado el espectáculo, la fiesta patria continuaba en algunas peñas organizadas en los distintos clubes del barrio, donde se agolpaba la concurrencia dispuesta a cenar, cantar y bailar al ritmo de los grupos folklóricos zonales y de varios vecinos que, de pronto, sin que nadie lo imaginara, sacaban a relucir sus voces afinadas que arrancaban aplausos estruendosos. Lamentablemente, los organizadores de este festejo patrio no realizaron otros similares en los años subsiguientes, pero si mantuvieron ese espíritu festivo en los corsos de carnaval, que eran un clásico infaltable en los años 60’.
Aquellas inolvidables fiestas patrias se vivían intensamente, sin dudas. Y más aún nosotros, los más chicos, quienes ya desde temprano asistíamos al acto escolar que indefectiblemente concluía con el chocolate caliente y los exquisitos alfajores de dulce de leche. Un hermoso recuerdo teñido de celeste y blanco, de los muchos que viví en mi querido Liniers. Hasta la próxima.
(*) Aresse Tomadoni es director general de Multinet (Radnet/La Radio, El Viajero TV, Club de Vida TV)
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