El paisaje barrial como disparador de historias
Una vez más le damos lugar a esta sección, dedicada a dar rienda suelta a la creatividad literaria de nuestros lectores. En esta oportunidad incluimos un atractivo relato que nos interpela, elaborado por Inés Vendramín, con el que recrea el particular paisaje de Liniers que rodea al personaje y sus temores, al tiempo que pinta una realidad sumamente visible en los tiempos que corren.
De esta forma, aquellos lectores que deseen remitir sus escritos literarios a esta redacción –en formato de cuento o poesía- para ser publicados en este espacio, podrán hacerlo vía mail a cdebarrio@hotmail.com o de manera postal a Carhué 723 2º “9” (1408) Ciudad de Bs. As. El único requisito es que la historia transcurra en algún punto de nuestra entrañable geografía barrial.
Amor breve
Después de lo sucedido en el monte, tiempo atrás, camina rengo. Cansado de soportar las burlas decide no salir a la calle, su libertad es asomar por el balcón un cuarto de cuerpo. Por la puerta entreabierta del dormitorio escapa una agradable mezcla de perfumes: lavanda, desodorante, limpieza minuciosa.
Es la hora de la “ciudad atardecida” diría Gabriel García Márquez, las tipas con sus flores amarillas ponen color al verano. En la plaza María Ana Mogas los pequeños se divierten en el carrusel, los chicos algo mayores, en amasijo de juegos y susurros, entre risas, gritan y señalan:
– Miren, se asoma el loco.
El desgraciado corre las cortinas, abatido y dice “¡Qué vida de mierda!”.
Una mosca zumba, busca la salida que no encuentra; el gato salta, pareciera querer jugar con ella.
Mauro acaba de dormirse, tiene la sensación de caminar por el bosque de algarrobos, la espesura lo confunde, alarga las manos, supone cardones, son enormes cactus que lo hieren… soledad sonora la bulla de los loros barranqueros, lo rodea, está a más de dos mil metros, se desliza, cae, cae, despierta, transpira helado.
Su vecina, sonrisa toda dulzura, no le teme a las habladurías. En un cumplido alegre llega con una taza de té y bizcochos. Se sienta a su lado, presta oídos a la grata conversación. Los ojos claros de Maylén brillan, el entusiasmo de Mauro también, se siente joven.
– ¿Salimos a caminar, Maylén? Si no te avergonzás de mi –agrega–. Es un desafío a las miradas burlonas de los vecinos. Ella hace un mohín elegante, para Mauro es un sí.
La toma de la mano, se le acerca un poco más, el perfume de la piel suave penetra por sus poros.
Maylén expresa segura
– El domingo iremos los dos a misa, cualquier iglesia nos queda cerca: Luján de los Patriotas o San Enrique, que es muy bonita y moderna.
Busca en el bolsito dos chocolates. Se lo ofrece en el momento que aparece un individuo escondido detrás de un plátano, los ojos delirantes, excedido en alcohol, la bragueta abierta, grita soez.
Mauro la estrecha contra su cuerpo, protegiéndola. Un grupo de chicas vivarachas se acerca, el degenerado cruza Oliden a la carrera y se pierde por Emilio Castro.
Regresan tan rápido como lo permite la renguera, Mauro acaricia la mano de Maylén, la consuela. Los chocolates quedaron tirados en la vereda, no se detuvieron a levantarlos.
Encogido sobre sí mismo murmura: esto fue una advertencia, no soy un hombre entero, sino un loco. Ella no lo oyó.
Inés L. Vendramín
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