Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 25, 2024 12:00 pm
Cosas de Barrio

Vivir y morir por los humildes

A 47 años del asesinato del cura Carlos Mugica a manos de la Triple A, la figura del sacerdote tercermundista vuelve a cobrar relevancia, justo cuando la necesidad y las carencias de los más desposeídos se hacen carne en miles de argentinos. Con la pandemia como telón de fondo, este año –al igual que el anterior- la Comisión Permanente de Homenaje al Padre Carlos Mugica no podrá realizar la habitual jornada en su memoria en la plaza Salaberry, de Mataderos, donde el sacerdote falleció desangrado. Sin embargo, su recuerdo permanece más vigente que nunca.

El 11 de mayo de 1974 el frío se había apoderado de la ciudad. A las 20.15, cuando el Padre Carlos Múgica se retiraba de la iglesia San Francisco Solano, ubicada en Zelada 4771, el termómetro rozaba apenas los 8 grados. Hacía unos minutos había terminado de celebrar misa y se disponía a subir a su Renault 4 azul, estacionado en la puerta de la iglesia. No alcanzó a dar un par de pasos en la vereda cuando fue tiroteado a quemarropa por el ex subcomisario Rodolfo Eduardo Almirón, jefe de la lopezreguista Triple A. Sangrante y malherido, fue trasladado de urgencia a la guardia del viejo hospital Salaberry, de Juan B. Alberdi y Pilar, donde murió a las pocas horas.

Una vida, una lucha

Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe había nacido en Buenos Aires el 7 de octubre de 1930 en el seno de una familia de clase alta y numerosa. Egresado del Colegio Nacional Buenos Aires y a poco de iniciar la carrera de Derecho en la UBA, el joven Carlos Mugica viajó a Europa con amigos y sacerdotes y fue allí cuando comenzó a madurar su vocación religiosa, que definiría a los 21 años.

Desde entonces se sintió atraído por el Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo, por el accionar del Che Guevara, por Camilo Torres, por Mao Tse Tung y por el peronismo de izquierda (Montoneros). Ya conocía de este movimiento a Gustavo Ramus, Fernando Abal Medina y Mario Firmenich, con quienes había participado en 1966 de una misión rural en Santa Fe. Pero a comienzos de la década del 70’, al mantener profundas diferencias con las acciones violentas de la guerilla armada, se distanció de ellos y expresó públicamente “como dice la Biblia, hay que dejar las armas para empuñar los arados”.

Sin embargo, esta relación le sirvió para tomar el camino de la lucha y el compromiso social con los sectores más humildes de la sociedad. Habiendo conocido personalmente por esos tiempos a Juan Domingo Perón durante su exilio en España, a su regreso decidió colaborar y luego militar en el “equipo intervillas”, ejerciendo su vocación religiosa en la Parroquia Cristo Obrero, de la Villa 31 de Retiro. A la par, desde la Cátedra de Teología en la Universidad de El Salvador y en las facultades de Ciencias Económicas y Derecho, pudo expresar sus ideas a favor de los más desposeídos.

Pero sus homilías, como las de todos los sacerdotes tercermundistas, eran grabadas por los servicios de inteligencia, pese a lo cual no renunció a su comprometido sacerdocio. Su último cargo público fue el de asesor del Ministerio de Bienestar Social del gobierno de Héctor Cámpora en 1973, al que renunció por discrepancias con el ministro José López Rega. “Me voy porque el ministro no cumplió con las promesas a mis hermanos villeros”, puntualizó Mugica, en lo que para algunos fue algo así como firmar su sentencia de muerte.

A partir de ese momento comenzó a circular entre sus colaboradores que la Triple A -que respondía a López Rega- lo mandaría matar, incrementándose las amenazas de muerte que finalmente se concretaron aquel 11 de mayo de 1974.

Sus restos descansan hoy en la parroquia de la Villa 31 de Retiro -el territorio que eligió para vivir y predicar- donde el espíritu del cura obrero habita en el corazón de la gente. Además, desde octubre de 2015, un monumento recuerda su figura en la esquina de 9 de Julio y Arroyo, a pocas cuadras de la casa donde naciera. Y en Mataderos, en el extremo noroeste de la plaza Salaberry, donde funcionara el hospital en el que dejó de existir, una placa lo recuerda como “el mártir de los pobres”.

Ricardo Daniel Nicolini

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