Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 23, 2024 12:41 pm
Cosas de Barrio

Cuando el arte se escapa por la ventana

El prestigioso artista plástico Osvaldo Jalil expone sus obras en la ventana de su casa de Villa Luro

A lo largo de su extensa carrera, Osvaldo Jalil cosechó innumerables logros. Sus grabados obtuvieron, por ejemplo, el segundo premio en el Salón Nacional, y el primero, en el Salón Municipal Manuel Belgrano. Además participó de múltiples concursos y muestras internacionales, y en sus vitrinas posee un sinfín de galardones conseguidos en el viejo continente, que se abstiene de enumerarlos para no abrumar. Su currículum es tan extenso como los viajes que realizó alrededor del mundo, codeándose con los mejores. Aún así, a sus 71 años, nada de eso lo conforma y va por más.

Así fue que en un ¿stand by? de su labor docente a causa de la pandemia, el artista y vecino de Villa Luro parece haber encontrado el incentivo que lo atrapa y lo moviliza: su propia exposición de arte, ni más ni menos que en la ventana de su casa de Bacacay 5060, a metros de Calderón de la Barca. “A mí me identifican las obras”, asegura, mientras levanta la persiana que da a la calle para iniciar una nueva jornada de su propia galería a la que denominó “VentanArte”, donde exhibe grabados suyos, de amigos y de alumnos. “Es un modo de acercar el arte a la gente”, resume.

Como su vocación, que se remonta a la época de su adolescencia, esta idea no le surgió de un día para otro. “A una novia que tuve de pendejo yo le hacía dibujitos, y el padre me decía ‘vos tenés pasta de artista, te tenés que dedicar al arte’, y siempre me rompía las bolas con eso”, recuerda hoy Osvaldo con una sonrisa. Esas palabras lo empujaron a las cátedras de un capo del grabado, una de las cuatro variantes del arte plástico.

Gracias a Calero, su primer suegro, Osvaldo fue alumno de Demetrio Urruchúa, un referente nacional y regional de esta especialidad, fallecido a fines de los 70´. Urruchúa es el autor de “La Fraternidad”, objeto de contemplación de miles de turistas pintado en 1946 en el cielorraso de Galerías Pacífico. Por aquel entonces, este tipo de obras -murales y frescos- cautivaron la atención de Osvaldo, quien en un principio aprendió a usar el pincel, y con el tiempo le tomó el gusto al grabado.

Sobre este género, el grabador de Villa Luro sostiene que es “una técnica muy específica”. En otras palabras, da a entender que no es para cualquiera. “Para hacer esto hay que saber”, indica el experimentado artista, que desde su perspectiva y vocación no vincula a la grabación con un hobbie. Para él significa trabajo, profesión, empleo. Y lo fundamenta con el peso que implican los kilos y litros de mezcla de asfalto, barnices y ácidos, “que hacen de esto un oficio”, asegura.

A la mano experta de Urruchúa le siguieron luego la de otros docentes. Jalil completó su formación en los talleres de grandes maestros del grabado, como Carlos González y Juan Lopéz Taeztel. Allí tuvo la dicha de conocer a Antonio Pujía, Guillermo Roux, Roberto Páez y Aída Carballo, verdaderos referentes de esta técnica. De todos ellos, robó en silencio un compendio de técnicas exclusivas. Con sólo observarlos cosechó habilidades y potenció destrezas que hoy plasma en sus propias obras. Pero eso no fue lo único que se guardó en el morral. Aún hoy hace suya una frase que alguna vez le escuchó a Carlos Gorriarena. “Me da un poco de pudor decirlo, pero yo, como varios artistas, vivo de mis alumnos”, confiesa.

Ya jubilado, Osvaldo continúa dictando talleres de grabado en su casa, aunque la pandemia lo obligó a parar la pelota. Sin embargo, su pasión por el arte no conoce de barbijos ni alcohol en gel.

Alejado de su labor docente, dedica su tiempo a organizar su amplia colección de billetes y monedas de todos los colores y latitudes, que durante años forjó como “un coleccionista de alma”. Pero como la de Osvaldo es una vocación sin límites, se atrevió a adaptar su arte a los protocolos de la pandemia, y desde la ventana de su casa emana cultura hacia el vecindario.

“VentanArte es un espacio de arte para el barrio”, explica. Allí, a la luz del sol y durante toda la semana -incluso sábados y domingos- exhibe trabajos suyos y ajenos, que renueva cada quince días. Si bien la singular galería funciona desde 2019, la pandemia lo obligó a potenciarla. “No estoy dando clases y como soy de riesgo estoy mucho tiempo encerrado”, argumenta, y asegura que su único objetivo es que “la gente venga y mire”. No obstante, lo inquieta “muchos no sepan cómo mirar una obra de arte” y tras cartón arremete “creo que es la consecuencia de la falta de educación y formación artística en las escuelas”.

Así y todo, la receta no parecer ser compleja. “Yo genero una obra y cuento una historia. Ahora, cuando uno la mira por ahí esa obra le está contando la misma historia u otra totalmente diferente. Y esa es la maravilla del arte”. En su caso, cada obra relata un pedacito de su existencia. “A través del grabado cuento lo que vivo y veo en la cotidianeidad. Las cosas que me agradan y las que me molestan. Soy un relator de mi tiempo”, sostiene, y ahí nomás menciona a sus grandes próceres: “Diego Rivera, Goya, que para mí no hay con qué darle, o nuestros Antonio Berni o Lino Enea Spilimbergo, también dieron cuenta de sus vivencias en sus obras”.

Sencillez, humildad y vocación. Sustantivos que tallan la identidad de Osvaldo Jalil, un hombre que supo estar a la altura de las grandes ligas sin siquiera habérselo propuesto. Ahora, ya retirado y con varios premios bajo el brazo, no lo desvela vivir con lo justo. Al contrario, sabe cómo ingeniárselas. “Con un buen vino para tomar, alcanza”, sintetiza. Porque para él, no hay mayor placer que irse a dormir sabiendo que “soy lo que quise hacer”.

Santiago Rodríguez

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