Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 26, 2024 6:27 pm
Cosas de Barrio

“Hace 45 años que estoy esperando que el Pato Fillol venga a cenar a casa”

 El linierense Rubén Ferrín dejó grabada la invitación en el arco de River tras la obtención del campeonato de 1975. Días atrás, el 1 acusó respuesta

El mundo está lleno de historias inconclusas. De sucesos que podrían haber sido y no fueron. Historias que empezaron a escribirse casi por casualidad y que aguardan durante años el ansiado punto final. La de Rubén Ferrín es una de ellas y como tal, merece ser contada.

Para eso hay que remontarse a la noche del 14 de agosto de 1975, fecha en la que River pudo volver a gritar campeón tras 18 años de sequía (Ver “Un grito…”). “Esa noche salimos campeones acá en Vélez. Yo tenía 15 años, los había cumplido hacía cinco días, o sea que era la primera vez que veía campeón a River”, comienza contando Rubén, mientras camina las veredas de su querido Liniers junto a este cronista. “Todos mis amigos eran hinchas de Vélez o de Boca, el único de River era yo, por eso iba solo a la cancha”, recuerda. Y esa noche también fue solo, pero cuando terminó el partido, ya casi llegando a las vías, se encontró con el hijo del dueño de la pizzería San Cayetano. “¿Te acordás? –pregunta y luego enfatiza- La que era un pasillo largo sobre Rivadavia. Él era fanático como yo, así que nos fuimos juntos en un micro a festejar a la cancha de River. Ya eran como las once y pico de la noche”.

Cuando llegaron, el Monumental lucía a pleno con las luces encendidas y las puertas abiertas de par en par, incluso las del campo de juego. Pisar el césped era un tentación, y lo hicieron. “Yo siempre llevaba a todos lados una birome Parker, de las retráctiles –explica Rubén que hoy ya anda por los 60 y vive en Merlo- y con el metal de esa lapicera tallé el poste derecho del arco que da al Río de la Plata”. Con la desfachatez de sus 15 años, Rubén decidió plasmar allí una invitación formal a su ídolo máximo: “Pato, vení a mi casa. Palmar 6439 (Liniers). 14/8/1975. Por favor, Rubén. River Campeón 1975”.

Aquella “pintura rupestre” tallada en el caño fue registrada minutos después por un reportero gráfico, y la foto salió publicada un par de días más tarde en la mítica Revista Goles, bajo el título “Correo del arco”. Pero el Pato nunca acusó recibo, al menos hasta ahora. A fines de enero pasado, la cuenta oficial del Museo de River compartió aquella imagen y finalmente –más de 45 años después- el emblemático arquero contestó a través de su cuenta oficial de Twitter: “Hola, Ruben! Recién veo el mensaje. Abrazo del alma!”.

El posteo recibió más de 3 mil me gusta y unas 300 réplicas. Sin embargo, el ansiado encuentro aún no se concretó. “Creo que tiene que ver con el tema de la pandemia –especula hoy Rubén y justifica la demora de su eterno ídolo-. El Pato está guardado, pensá que ya tiene 70 años. Capaz que cuando se dé la vacuna se anima y nos encontramos”.

– Y si lo tuvieras al Pato acá adelante ¿Qué le dirías?

– No sé, le diría que me debe una cena, que tenemos que ir a comer juntos, porque yo quería invitarlo a comer a mi casa. Soy hijo único y vivía con mis viejos, por eso me imaginaba a los tres comiendo con el Pato, de hecho ya tenía el lugar reservado en la mesa. Por eso en realidad soy yo el que le debe una cena, él sólo tiene que aceptar la invitación.

– ¿Por qué el Pato y no otro jugador?

– Porque fue el único arquero que me hizo disfrutar los ataques del equipo contrario. Cuando se venían los rivales yo esperaba una atajada suya. El Pato fue el emblema de ese equipo, que era un equipazo, porque estaba Alonso, Perfumo, Jota Jota López y el Puma Morete, que era el goleador. Pero el Pato ya era un emblema, por eso después fue lo que fue…

Nostalgia con sabor a barrio

En esa casa de Palmar, entre Tonelero y Murguiondo, Rubén vivió los primeros 24 años de su vida. “En el 84’ me mudé al edificio de Fonrouge y Rivadavia, arriba de la colchonería, y ya en el 89’me fui de Liniers, pero mi corazón siempre se quedó acá”, confiesa mientras observa el frente de su vieja casa, que hoy luce remozado, aunque con el diseño original. “Es que Liniers es único –argumenta-. Los vecinos de esta cuadra eran como mi familia. Para Nochebuena venían a casa a saludar”. Y como en torbellino le aparecen los recuerdos de su infancia y adolescencia. “Fui a la Escuela 18, de Murguiondo, que era genial. Tenía doble escolaridad y justo cuando arranqué el jardín de infantes la hicieron mixta, era una de las pocas escuelas mixtas en aquella época. La secundaria la empecé en el Nacional 13, segundo año la hice en Las Nieves, que estaba el Padre Romero y era terrible, no me gustaba nada, así que al año siguiente me fui y los tres últimos años los hice en el Colegio Urquiza, de Flores”.

Aunque sigue siendo fanático de River, reconoce que dejó de ir tan seguido a la cancha. “Hoy mi hijo es el que lo sigue a todos lados”, asegura.” Mi viejo era de Independiente, pero yo me hice de River. No obstante, como vecino y enamorado de Liniers, era socio de Vélez”.

– ¿Y al fútbol siempre lo viviste como hincha o te animaste a calzarte los cortos y probarte en algún club?

– ¡Sí! A los 15 me fui a probar a River, pero no sabía que todo se manejaba por contactos. Yo era un 9 rústico, como Palermo. No era habilidoso pero tenía la inteligencia para estar en el lugar justo y meterla. Ese día que me fui a probar metí cinco goles pero no me seleccionaron. Peucelle y Pando eran los que tomaban la prueba, pero ni siquiera miraban el partido. No sé qué buscaban, capaz que un Alonso y yo era un Morete. Insistí tanto que a la semana siguiente me dieron una segunda oportunidad, pero a los dos minutos me desgarré y ahí se acabó mi sueño de ser futbolista. Me tendría que haber ido a probar a Vélez, pero como era hincha de River quería jugar en River. Se ve que estaba escrito que lo mío era del otro lado del alambrado…

Pasaron 45 años desde que Rubén comenzó a escribir –o tallar- esta historia y algo le dice que el final feliz está cada vez más cerca. Pato ¿estás ahí? Apurate que la mesa está servida.

Ricardo Daniel Nicolini

Un grito atragantado que explotó en el Amalfitani

El 14 de agosto de 1975 River logró romper la racha más negra de su historia. Aquella desapacible noche de invierno, después de 18 años que incluyeron once subcampeonatos, un improvisado equipo de Ángel Labruna le ganaba 1 a 0 a Argentinos Juniors con gol del ignoto Rubén Bruno, para consagrarse finalmente campeón del Metropolitano.
Aquel grito millonario estaba ahogado no sólo por la sequía de títulos, sino también por la incertidumbre que generaba un hecho insólito: a dos fechas para la conclusión del certamen, Futbolistas Argentinos Agremiados había decretado una huelga general, y River debió jugar aquel trascendental encuentro con juveniles. Ni el Beto Alonso, ni el mariscal Perfumo, ni Carlos Morete, ni el mismísimo Pato Fillol estuvieron presentes aquella noche, y la ilusión de los hinchas riverplatenses amagaba con volver a convertirse en calabaza. Un par de días antes, Labruna habló con Federico Vairo, DT de Inferiores, y juntos armaron un equipo de jóvenes desconocidos, con la compleja misión de atesorar el sueño de los hinchas y transformarlo en realidad.
La historia dirá que una fecha más tarde, los profesionales retornaron y pudieron festejar ante Racing (2-0) en el Monumental. Para entonces, los chicos que le ganaron al Bicho fueron tildados de “carneros”, por haber saltado a la cancha aquel día y luego pasaron al ostracismo en el mundo del fútbol.
Casi como una paradoja del destino, aquella victoria ante el Bicho -que derivó en vuelta olímpica- se vivió en la cancha de Vélez, que aún no se había aggiornado como futura sede del Mundial.

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