Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 27, 2024 7:00 am
Cosas de Barrio

Pacotillo le canta a Mataderos

Gabriel Almirón, el polifacético creador del personaje que fue furor en la pantalla chica, repasa su carrera actoral a la sombra del barrio que lo vio crecer 

“La mía era una familia muy humilde, que la peleó mucho. Yo nací en la maternidad Sardá y pasé mis primeros años en San Cristóbal, vivíamos en una pensión en Humberto Primo y Entre Ríos, hasta que mi viejo pudo juntar unos mangos y sacar un crédito, y nos mudamos a un departamentito en Mataderos, en Cosquín entre Tapalqué y Bragado”. El que cuenta es Gabriel Almirón, el polifacético actor que hace algún tiempo volvió a afincarse en el barrio y cuyo alter ego, el inefable “Pacotillo”, supo arrancarles carcajadas a los televidentes hace un par de décadas, en la mítica “Peluquería de don Mateo”.

“Llegué a Mataderos cuando tenía 6 años y desde entonces no me lo pude sacar del corazón”, asegura quien supo cursar la Primaria en la escuela República de Filipinas, de Cosquín y Alberdi, el primer año del Secundario en el San Felipe Neri (“hasta que los curas me pegaron un voleo en el orto”) y el resto en el Instituto Megly. “Ahí conocí los códigos de la amistad. Y cuando terminé el secundario me metí en el Conservatorio de Arte Dramático”, explica el actor de 58 años, en diálogo con Cosas de Barrio.

Gabriel vivió en Mataderos hasta los 30 años, cuando rumbeó por Barrio Norte, Recoleta y Palermo junto a las mujeres con las que estuvo en pareja. “Nunca me casé”, confiesa. Pero hace unos años emprendió la vuelta. “En 2017 –explica- mi Vieja empezó a tener problemas de salud, entonces me vine para acá, para cuidarla, para estar cerca de ella, y me volví a enamorar del barrio. Como dice el tango, siempre se vuelve al primer amor. Así que hace tres años compré acá en Mataderos y, si bien en este tiempo hay cosas que cambiaron, el barrio sigue conservando su esencia. Estoy feliz de haber vuelto, porque además en Mataderos hay mucha cultura”.

Esa pasión por el barrio y su cultura, hizo que participara de varias de las movidas por la recuperación del cine El Plata. “Que se haya logrado su reapertura es un logro de los vecinos, es el premio a la pelea de mucha gente, y gracias a ellos podemos disfrutar hoy de una sala maravillosa”, dice, y cuenta que estuvo presente el día que se reinauguró. “Estaba muy emocionado, se me caían las lágrimas, porque ahí vi por primera vez a uno de los cineastas que más me marcó, es muy movilizante para mí contarte esto. Mi Viejo me llevó con 9 años a ver el Juan Moreyra de Leonardo Favio, y eso fue un puntal para que yo me decidiera por esta profesión. Si bien desde siempre supe que quería ser actor, ese momento me lo terminó de confirmar. Hoy sigo yendo seguido, el cine El Plata es mi lugar de encuentro. Yo estoy en casa tomando mate con mi compañera y de pronto le digo ‘che ¿vamos al teatro?’ y un rato después caminamos dos cuadras y estoy”.

– ¿Y para cuándo te tendremos arriba del escenario del cine-teatro El Plata?

– Me encantaría, y estoy organizando algo de eso, aunque todavía está verde. Me haría muy feliz pisar el escenario del cine El Plata, y de hecho estoy preparando un unipersonal escrito por mí que me gustaría estrenarlo ahí. Ya hablé con Telerman y le gustó mucho la propuesta.

– ¿Nos podés adelantar algo?

– Sí, les doy la primicia. Estoy haciendo dieta porque pienso protagonizar al Dr. René Favaloro. Obviamente no será en tono de comedia, aunque el humo en mí siempre aparece, porque además Favaloro era una persona con un gran sentido del humor.

El vínculo de Gabriel con el barrio de Mataderos también se establece en términos futbolísticos. Cuando participó de la serie “Un gallo para Esculapio”, le pidió al director, Bruno Stagnaro, si se podía poner la camiseta de Chicago y le dio el ok. “Encima en esa escena atendía un puesto de chorizos, cerraba por todos lados –recuerda-. Y hoy me queda la alegría de que la camiseta se vio en todo el mundo, porque la serie se dio en un montón de países. No soy de ir mucho a la cancha porque no me da el tiempo, pero Chicago es pasión, es cultura”.

– ¿Cómo te llevás con Pacotillo?

– Genial, sigue siendo mi alter ego. Aún hoy, que lo tengo guardado desde hace años, me da vigencia, porque no hay persona que no me reconozca, que no se haya reído con el personaje, y eso la gente me lo agradece permanentemente. Estoy feliz de haberlo hecho y seguramente en algún momento vuelva a aparecer. Mientras me den las piernas para seguir bailando no pienso archivar el personaje (risas).

La cara de Gabriel Almirón comenzó a hacerse conocida cuando apareció en Video Match. “Arranqué con el Bicho Gómez haciendo las cámaras ocultas –rememora- que aún están vigentes gracias a las nuevas plataformas y a las redes sociales. Constantemente me llegan comentarios de la gente pidiéndome que volvamos porque se divertían mucho con esas cámaras”.

– ¿Te parece que hoy sigue vigente ese tipo de humor o el de Olmedo y Porcel?

– Hace unos días veía un sketch de Olmedo y Portales haciendo de Borges y Álvarez y la verdad es que eran maravillosos. Hoy eso no se puede hacer, no porque cosifiquen a la mujer, sino porque un actor no está entrenado para hacer esas escenas televisivas en vivo y sin cortes. Ese sketch no tenía nada de grosero ni chabacano. Javier Portales era el encargado de conducir ese momento y el Negro Olmedo era el barrilete que se iba para cualquier lado, pero el que tenía el hilo era Portales. Y él era muy prolijo, no se metía con temas tan delicados como la cosificación de la mujer, el machismo o el sexismo. Claro que tampoco voy a negar que en el mismo programa, el Negro Olmedo hacía dulce de leche con la cola de Adriana Brodsky. Pero ojo, él lo preparaba y nosotros lo comíamos. Eso sí coincido en que no puede ir más, porque no ayuda, no aporta a la evolución que gracias a Dios se está viviendo en la sociedad. El respeto al prójimo es fundamental, tanto a la mujer como a cualquier persona. Pero eso sí, yo pondría todo el oro del mundo para volver a ver un Álvarez y Borges.

Sabido es que la cuarentena fue muy dura para muchos sectores, y la comunidad artística no fue la excepción. “A mí me encontró muy mal parado –asegura Gabriel- porque la tenía a mi Vieja viviendo conmigo y me di cuenta que no era fácil sostener el día a día con la comida, los remedios… En un momento quemé todos mis ahorros y me quedé sin plata. Y como me gusta cocinar, se me ocurrió hacer un delivery de guisos. Hablé con mi exmujer que es nutricionista, le pedí que me diera una mano y me dijo que sí. Entonces me puse a armar una olla de guiso por día, con una variante distinta para cada día de la semana: de lentejas, de osobuco, locro… El emprendimiento se llamó ‘Sólo guisos’. Volantié por el barrio y el primer día no me llamó ni el loro, tuve que tirar todo. Pero al segundo día el teléfono no paraba de sonar y todo el barrio me pedía guisos”. Gabriel era el multiuso: compraba la comida, pelaba y lavaba todo, atendía el teléfono y un cocinero preparaba el guiso. “Cuando estaba listo, el delivery lo hacía yo y algunos vecinos me reconocían. Habré estado seis o siete meses viviendo de eso y me quedó una clientela enorme, así que seguramente este invierno retome esa movida”, anticipa.

Sin embargo, lo que era una digna fuente de ingresos en tiempos flacos para el arte escénico, terminó relanzando su carrera. Todo surgió con una nota que le hicieron donde, como al pasar, comentó sobre ese emprendimiento. Pero al día siguiente Marcela Tauro levantó eso y le dio su toque amarillista “¡El drama de Pacotillo!”, resonó en los medios. “Las cosas siempre ocurren por algo, porque al toque me empezaron a llamar de todos lados y eso me permitió seguir estando vigente. Ahí pude explicar que no fue ningún drama, que por el contrario encontré una veta con la que me fue muy bien. Esa exposición mediática me terminó sirviendo porque hoy tengo cinco mil personas en mi Instagram esperando que vuelva con los guisos”, remata, antes de una sonora carcajada.

Gabriel dice que el cine lo apasiona, la ficción en tele lo enamora y el teatro es su primer amor, “porque además tengo escritas varias obras”, subraya. Una de ellas es “Treinta aniversario”, la comedia dramática que bajó de cartel hace poco dramática y que además protagonizó, por la que fue nominado a los premios ACE como mejor actor y la pieza como mejor comedia dramática. “Fijate que ahí cocinaba en vivo en cada función”, agrega. Por otra parte, en poco tiempo se va a estrenar la ficción “Diciembre de 2001”, por Star+, donde le tocó interpretar al piquetero Luis D’Elía, y en paralelo va a participar de la segunda temporada de “Argentina, tierra de amor y venganza”, por el 13, que ahora estará ambientada en los años 80’. “Ahí me toca hacer un personaje muy cercano a lo que fue el Gordo Jorge Porcel”, anticipa.

– ¿Preferís interpretar personajes simpáticos u otros con perfiles más siniestros?

– Los turros me salen lindo (risas). Afortunadamente puedo disfrutar de tocar todas las notas actorales, porque me formé para eso y porque lo busqué. Un día tomé la decisión de no encasillarme en el humor, y cuando me llamaban para hacer personajes cómicos me negaba. Eso significó que estuviera casi ocho años guardado, hasta que un día Pablo Trapero me convocó para la película “Carancho”, pero no estaba seguro de contratarme, porque decía que si me hacía un primer plano en una escena de tensión la gente se iba a cagar de risa… Me hizo varias pruebas hasta que me dijo venite a la tarde que vamos a hacer el último casting. Cuando entro al estudio a hacer la prueba me lo encuentro a Darín, me quedé duro, quería que hiciera la escena con él. Era una escena larga, y en la mitad del texto Ricardo se da vuelta, lo mira a Trapero y le dice ¡Listo, ya está Pablo, es él!

Después de varios años con Pacotillo en el ropero, ese fue el reencuentro de Gabriel con la actuación. “Carancho me abrió la puerta para todo lo demás, porque después me empezaron a llamar para hacer papeles de carácter, con personajes medio oscuros. Y yo estoy feliz, porque el humor ya lo tengo incorporado, entonces me encanta poder mostrar otros matices. Para un actor es hermoso saber que podés hacer reír pero también podés causar otras emociones en el espectador, y a veces no es fácil lograrlo porque la televisión encasilla mucho, pero también es cierto que si la tele no te muestra, desaparecés…”.

– Para cerrar Gabriel, dejame una imagen del Mataderos de tu infancia que te haya marcado especialmente.

– El Club Glorias Argentinas. Me crié ahí. Iba a ver los partidos de mis amigos cuando estaba Sava como DT de fútbol infantil. Yo era de madera, pero iba a los entrenamientos y jugaba con mis amigos. Vi salir campeón al Glorias tres veces en unos partidos repicantes. Tengo recuerdos maravillosos que me encantaría volver a vivir. Como el de esa vez, cuando tendría 7 años y mi Viejo me llevó al Glorias a ver a Tincho Zabala que hacía una obra muy bonita que se llamó “El sol por la ventana” Hoy, cuando vuelvo al Glorias, revivo con orgullo cada gota de mi infancia.

Ricardo Daniel Nicolini

Se ha tomado todo el vino

En la segunda mitad de los años 70’, el Instituto San Felipe Neri era una escuela pequeña, pegada a la parroquia homónima, sobre Andalgalá y avenida de los Corrales. “Yo estaba en primer año y con mis compañeros teníamos la obligación de ayudar en las misas, éramos una especie de monaguillos”, comienza explicando Gabriel. Y lo que sigue es una anécdota apoteótica que vale transcribir en detalle y sin interrupciones:
“Con dos compañeros nos tentaba la idea de subir al campanario, entonces un día le pedimos la llave al Padre Benjamín. El cura accedió y fuimos. Cuando entramos parecía que estábamos en la torre de un castillo medieval, porque es una escalera circular en la que de un lado está la pared y del lado de adentro hay un abismo sin baranda. Pero en la mitad de la subida nos encontramos con una pila de damajuanas de vino mistela con un cartel que decía ‘apto para la misa’. Yo ya lo había probado porque, a veces, cuando el Padre nos daba la eucaristía, nos daba a probar la sangre de Cristo, y la sangre de Cristo era riquísima. Cuestión que entre los tres nos tomamos media damajuana de cinco litros. Como te imaginarás, terminamos todos en un estado deplorable, pero el mío era inenarrable, no me podía parar, se me movía todo, entonces mis amigos se asustaron y empezaron a llamar a los gritos al cura. De repente llegó el Padre Bracco, que era el representante legal del colegio, y entre él y los dos chicos me bajaron y me tiraron en la cama de la habitación del cura. Esto me lo contaron después porque yo no me acordaba de nada. El Padre no me quería mostrar así a mis Viejos porque le iban a decir ¿así cuidás a los chicos? Pero se hicieron las 9 de la noche y no se me pasaba la mamúa. Hasta que de pronto entra el Padre a la habitación y justo en ese momento me mando un vómito infernal digno de la película El exorcista. El tema es cuando empiezo a recobrar la memoria me encontraba en una camilla del hospital Salaberry con una vía de suero y la cara de mi viejo mirándome fijo. Me dijo ‘¿Estás bien? Bueno, después vamos a hablar y te voy a cagar a trompadas…’. Después de ese episodio me echaron. Mal hecho, porque era una escuela no un correccional, me tendrían que haber permitido la redención (risas). Pero no hay mal que por bien no venga, porque eso me permitió entrar al Megly, donde hoy conservo amigos de toda la vida”.

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