Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 29, 2024 11:06 am
Cosas de Barrio

Recuerdos de sol y asfalto entre el Río de la Plata y el Riachuelo

La avenida General Paz cumple 80 años y varios de sus paisajes ya son parte de la memoria popular

La avenida General Paz, transitada cinta asfáltica que une ¿o separa? la Ciudad y la Provincia, está cumpliendo sus primeros 80 años, desde que el 5 de julio de 1941 fue transitada por primera vez. Miles de historias de bondis, frenadas y embotellamientos la cubren de principio a fin. Manchones de recuerdos que agrupan los enormes parques que se desplegaban a sus márgenes, las míticas casitas alpinas que los engalanaban y los sucesivos ensanches que cambiaron verde por bocinazos. Como el resto de los barrios de frontera, Liniers fue cobrando impulso a la sombra de la General Paz, la arteria capaz de concentrar cientos de autos en una fracción de segundos y de esconder el sol en cada atardecer.

Pero hay vecinos que conocieron aquella particular geografía dominada por vehículos, cuando la mítica avenida era apenas un proyecto. “Yo tengo casi 93 y me acuerdo que antes había un campo alargado poblado de un pastizal enorme, que separaba la Capital de la Provincia”, recuerda Inés Starc desde la puerta de su casa de la calle Montiel, a tres cuadras del permanente rugir de motores. “Daba pena –asegura luego- los niños no podían jugar a la pelota, para cruzar de Ciudadela a Liniers los vecinos ponían piedras chatas, maderas u otros objetos para no pisar el barro cuando llovía. Me acuerdo que pastaban caballos y vacas. En 1941, cuando se inauguró la avenida con dos carriles angostos, empezaron a circular los autos, y ahora sí los pibes remontaban barriletes y los adolescentes nos entreteníamos contando los vehículos que iban o venían. Nos sentábamos en los troncos laterales y, a veces, en toda una hora no pasaba ninguno”.

Raquel Iturbide se acerca desde Humaitá y al escuchar la conversación también hace su aporte. “Es cierto, recién salían los primeros termos así que tomábamos mate y nos relacionábamos con mucha inocencia. Disfrutábamos del parque infantil que tenía una cuidadora con guardapolvo largo celeste claro”.

El sol del invierno invita a recorrer el barrio. Ahora la que se suma es Nélida Cornaló, que llega desde Tonelero. Cuenta que aquel parque se extendía desde Humaitá hasta el túnel de Ibarrola. “Había juegos para menores de 6 años, para niñas y para varones, porque por entonces no estaba permitido que jugaran juntos. Un bañito precario y más allá el mástil con la bandera. Eso sí, a las 6 de la tarde los guardianes cerraban la puerta”.

Enormes eucaliptos y un sinfín de especies autóctonas eran la atracción del parque. Un poco más allá, sobre Rivadavia, pegados a las vías, circulaban autos y colectivos con pequeña capacidad, además de trolebuses y tranvías.

A fines de agosto de 1950 se inauguró la Feria Municipal de Liniers, que en un principio se estableció a la vera de la General Paz, entre Ibarrola y Ramón Falcón, pero poco después se extendió hasta Humaitá. “Era muy completa, tenía más de 250 puestos –asegura Inés-. Funcionaba todos los días menos los domingos. Eso sí, los lunes no había pescado”. Raquel asiente con la cabeza y agrega que “venía gente de la Provincia y hasta en auto desde Palermo”.

A lo largo de las cuatro filas paralelas en las que se agrupaban los puestos, los puesteros vendían ricos quesos, ricotas, dulces, frutas, verduras, carne, pollos y hasta plantas. “Mientras nosotras llenábamos las bolsas de macramé, de hilos plásticos, los changuitos y los canastos, los chicos corrían detrás de los perros y gatos, que esperaban que, por descuido, cayera algo de las bolsas”, subraya Nélida con una sonrisa.

Por entonces Liniers ya era el centro económico más importante del oeste metropolitano y la popularidad de la Feria no le iba en zaga. Pero a fines de los 80’ ese apogeo llegó a su fin, cuando sucumbió ante el asfalto por el ensanche de la avenida.

“Para esa misma época también derribaron la casita alpina que estaba a la altura del pasaje Luchter, unos metros antes de donde ahora está la estación de servicio”, advierte Inés con un dejo de nostalgia. “Es cierto –corrobora Nélida-. Era pintoresca, con sus tejas rojas y su cerca bajita. Una casita de cuento. El cuidador y su familia eran celosos de su lugar”. Raquel las escucha atentamente, hasta que aprovecha una pausa para sumar su recuerdo. “Tenía unas flores hermosas. Las novias y las quinceañeras pedían turno para sacarse fotos, y después el novio o los padres le daban alguna propina al cuidador”.

En 1994, deteriorada por el escaso mantenimiento y la ampliación de la autopista, fue demolida y esa familia se quedó sin trabajo.

Para entonces un grupo de jubilados comenzó a reunirse allí para jugar a las cartas y armar una cancha de bochas. Esa pequeña franja verde comenzó a ser su punto de encuentro. Por eso decidieron pedirle a Autopistas del Sol, la empresa concesionaria de la avenida, que les construyeran un salón para reunirse, y tuvieron éxito. Más tarde, a ese salón le agregaron una cocina, baños y una oficinita. El actual Centro de Jubilados Liniers Sur se inauguró el 4 de marzo de 1997. A pulmón, todos los hombres que lo formaban donaban trabajo o dinero para mejorarlo.

“La oficinita funcionó primero como vacunatorio y luego se pudo hacer una parrilla”, explica Raquel, y recuerda que el dueño de Granja Alberto, les donó las maderas para terminar de armar la cancha, las bochas y demás utensilios. “Años más tarde se pudo hacer la actual cancha cubierta”.

Con el centro de jubilados funcionando a pleno, el presidente, Juan Carlos Rodríguez, dio el visto bueno para que las esposas de los jubilados también se integraran. “Fui la socia fundadora N° 8”, cuenta orgullosa Inés. Su mente guarda un sinfín de recuerdos de aquel tramo de la avenida, y los que no caben, los amucha en el corazón.

Josefina Biancofiore

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