Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 27, 2024 9:31 pm
Cosas de Barrio

Mingo, el número uno

Domingo Ciadamiraro ostenta el privilegio de ser el socio número 1 del club Brisas de Liniers

Es la última partida de truco de una tibia tarde otoñal, que ya amenaza con volverse noche. Está con sus amigos, al aire libre, en la esquina de Montiel y Patrón y le toca repartir. Cuando ya todos tienen tres cartas, siente que alguien le apoya la mano en el hombro. Lentamente, sin incorporarse, da media vuelta y entonces… “¡Sorpresa!”, escucha a sus espaldas, y una cartulina con forma de diploma se le aparece ante los ojos. Domingo Ciadamiraro acaba de ser distinguido como el socio número 1 en la historia del Club Brisas de Liniers.

Aquel jueves 1° de abril –en coincidencia con el 85° aniversario del Brisas- el linierense de 89 años recibió el diploma que así lo acredita por su “compromiso y destacable colaboración”, o al menos esa fue la excusa para homenajearlo por llevar al club en su corazón desde hace casi siete décadas. El idilio empezó cuando Mingo tenía apenas veinte años y desde entonces, jamás dejó de frecuentarlo. En todos ese tiempo el vínculo se estrechó más y más, al punto que llegó a convertirse en vicepresidente el club de sus amores, cargo que ejerció hasta hace algunos años.

Es que Domingo es un tipo fiel: fiel a Matilde, su esposa, al club y al barrio. De hecho, casi toda su vida transcurrió dentro de los límites de Liniers. “Desde que nací en Saladillo y Cossio, el barrio me atrapó”, aclara con orgullo. Y hoy no vive muy lejos de allí. El hogar que comparte con Matilde queda en Caaguazú, entre Guaminí y Carhué, a tres cuadras del Brisas. Su mundo está allí, con sus alegrías y sus pesares, como los que le tocó atravesar en la adolescencia. “Mi papá murió cuando yo tenía diez años, y a los quince se fue mi mamá. Entonces quedé huérfano y como vivía solo me alquilaba una piecita en Carhué y Cossio”, cuenta Mingo, y deja al descubierto aquellos años de soledad y desamparo. Pero esa etapa gris se transformó de pronto cuando conoció el Brisas. A partir de ahí, su vida recobró el color.

“Cuando era chico, con mis amigos parábamos en Cossio y José León Suárez, que había una parroquia. Éramos todos pibes que habíamos nacido en el barrio. Un día, allá por el año 56’, fuimos todos juntos al club y desde ese día el Brisas se convirtió en mi casa. Como vivía cerquita, todas las tardes me iba al club”, rememora.

Lentamente el Brisas se convirtió en su paraíso o, al menos, su cable a tierra. Pero, a diferencia del cielo prometido y eterno, como es sabido nada en este mundo es gratis. Por eso, durante su juventud, él mismo se bancaba la cuota social gracias al “buen sueldo” del trabajo que consiguió con apenas 15 años. “Como tenía tres primos trabajando en Segba (Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires) y era fácil hacer entrar a familiares, me metieron a laburar”, comenta. Allí, se desempeñó durante treinta años: los primeros veinte fue operario callejero y se encargaba de controlar las cámaras y los medidores, en la última década fue empleado de oficina. Hasta que mediados de los 70’ le llegó el retiro y desde entonces es jubilado.

Dice que en Segba ganaba “muy bien”. Y luego argumenta “ahí pude pasar al frente. Al poco tiempo, en el 52’, me compré un departamento en Nazca y Beiró´ y en el 54´ me compré un 0km”. Un verdadero “soltero codiciado”, como se decía por entonces. Pero el amor no tardaría en llegar. 

Asegura que a Matilde la sacaba a pasear por todos lados con el auto, hasta se la llevó a vivir a su casa de Agronomía. Sin embargo, nunca tuvieron hijos. Tal vez por eso, sin responsabilidades demandantes en el seno familiar, es que hoy Matilde asegura resignada que para Domingo “el club siempre estuvo primero”. Por aquellos años, cuando “todavía no existía el edificio tal como se ve hoy en día”, Mingo era el monaguillo por excelencia del Brisas: estaba al servicio del club incluso cuando no se le precisaba. “Si había que comprar algo, yo iba y lo hacía”, resume con orgullo. Y esa colaboración permanente y silenciosa tuvo su premio. “Aunque no llegué a ser presidente, fui tesorero y vicepresidente durante tres años en la gestión de Néstor Dinatale”, detalla, y su esposa, mordiéndose el labio inferior y sacudiendo la cabeza, agrega “en casi todas las comisiones directivas estuvo como vocal”.

Fue en el Brisas también, donde pudo concretar el sueño de conocer al por entonces campeón mundial de billar –y tan linierense como Domingo- Enrique Navarra. Aficionado desde chico a la carambola, aquella noche Mingo se llevó un premio especial: “durante su presentación rifó un taco de billar y yo me la gané”, afirma, y cuenta que lo tiene guardado bajo siete llaves. Ni siquiera lo usa para jugar con sus amigos, los mismos con los que cada tarde se divierte jugando al truco. Con algunos de ellos se conoce de chico, cuando jugaban a la pelota. Otros se fueron sumando con el tiempo. Son alrededor de “diez o doce” y con todos comparte sus principales hobbies: billar, pelota y barajas. Claro que en el actual contexto de pandemia, no los ve con la frecuencia de antes.

“Antes de que pasara esto del COVID nos encontrábamos todas las tardes en el club a eso de las 7 y tipo 9, cuando refrescaba, me volvía”, explica Mingo, y entre esos amigos menciona a Raúl “que es el socio número dos del Brisas” y a Changuito, “que es el tres”.

Juntos a la par

Con su metro 65 de estatura, Domingo es más grande que el Brisas. Al borde de cumplir los 90, supera por cinco años a la señera institución de Montiel y Patrón. Aunque no lo vio fundarse -cuando el Brisas inició sus actividades en 1936, él era apenas un niño- sí lo vio crecer. “Esa esquina antes era un tinglado, todo chapa y fibra de cemento”, recuerda y agrega que “si los cálculos no me fallan, la construcción del club demoró entre diez y quince años”. Dice que en un principio “funcionaba un buffet que era del club, que cuando entraba plata se destinaba ahí, pero ahora no va más eso, ahora se alquila”.

Aquellos años que terminaron de gestar al club, los tiene grabados a fuego. “Por entonces –explica- el presidente era don Domingo Gaviglio, que vivía en Patrón y Guaminí. Siempre hacía rifas y todos le comprábamos. Con ese dinero iba edificando el club”. Luego llegarían otros presidentes y el Brisas seguía creciendo. “Se hizo un salón donde estaba el tinglado y se pusieron como cuatro o cinco mesas de billar”.

Por entonces, el club era un reducto masculino. “Había más chicos que chicas. Es más, te diría que mujeres, directamente, no había”, asegura, y unos segundos después, se corrige: “bueno, ellas se juntaban alguna que otra vez en el salón para comer u organizar alguna que otra fiesta”.

El 1° de abril pasado, Domingo recibió su merecido reconocimiento, y cuatro días después se organizó una comida para celebrar los 85 años del club. Era también ocasión de homenajear al primer socio de la historia del Brisas, que no pudo asistir debido a la pandemia. “Recién me di la primera dosis y hasta que no me aplique la segunda no quiero arriesgar, prefiero quedarme en casa”. Claro que, de vez en cuando, alguna escapadita se hace. “Una vez cada tanto, para ver cómo anda todo”, desliza con una sonrisa cómplice. Es que aunque no haya sido padre, el Brisas, para Domingo, es un hijo del corazón.

Santiago Rodríguez

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