Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
May 3, 2024 9:20 am
Cosas de Barrio

Vecinos invisibles

La historia de Franco, un chico de la calle que logró rehacer su vida con el apoyo de La Casona de los Barriletes

Son vecinos, pero de la calle. O, dicho de otra forma: son de la calle, pero son vecinos. Tan distantes, tan perdidos. El mundo debería frenar por un momento, detener el tiempo y preguntarse ¿Por qué nos cuesta tanto acercarnos a quien nos necesita? ¿Cuáles son las reglas para saber a quién debemos ayudar y a quién debemos abandonar, olvidar? Salir a la calle y chocarse con una persona que clama por ayuda sin ser escuchada, no es algo que interpele o alerte a nadie. Caminar sobre la incómoda cama de baldosas de los vecinos de la calle sin querer darnos cuenta de que algo no está bien, resulta, al menos, llamativo. Pisamos a diario lo que los vecinos invisibles llaman cama. Entonces vuelven las preguntas ¿Qué puedo hacer como persona humanamente sensible para ayudar a quienes les soltaron la mano? ¿Cómo colaborar en su reinserción social?

Franco Emiliano Fernández Sosa debió padecer el rigor de la intemperie a los 6 años, cuando escapando de la violencia hogareña la calle lo acogió junto a su hermana y su madre, y fue su última alternativa. En diálogo con Cosas de Barrio, Franco deja al descubierto su pasado y, aceptando aquellas experiencias, le abre la puerta a su halagüeño presente.

De aquella semana en la calle conserva una marca indeleble. “Tengo una imagen grabada, llorando en un banquito esperando a que saliera el sol”, cuenta con los ojos entrecerrados como escarbando en sus recuerdos. Poco después, pasando de casa en casa y agotando la solidaridad de amigos y familiares, terminaron pasando sus noches en hogares, diferentes edificios, diferentes nombres de fantasía, pero idénticas vivencias. 

La Ley nacional 27.364 junto al “Programa de acompañamiento para el egreso de jóvenes sin cuidados parentales (PAE)”, ayuda a los menores de edad en situación de calle a encontrar un lugar donde hospedarse y brinda, a su vez, un acompañamiento tutorial y legal con personas capacitadas para tal fin.

Gracias a esta ley, a los 14 años Franco fue recibido por “La Casona de los Barriletes”, la emblemática entidad de Liniers, con sede en Madero 247, en la que vivió casi cinco años. Al principio no fue fácil. “Veía todo gris, sentía que la vida era una mierda”, confiesa.

En ese hogar le dieron de comer, le ofrecieron una ducha caliente y una cama cucheta donde dormir, entre las otras seis que tenían en cada cuarto. Lo inscribieron también en la escuela Rumania, de Villa Real. “Aun teniendo una cama era difícil dormir porque nunca sabes qué puede pasar”, asegura. El miedo, motivo de sus insomnios, lo seguía a todas partes calando su paz como una daga. Después de todo, Franco era apenas un niño asustado, perdido. “Me la pasé llorando los primeros seis meses sin entender por qué me pasaba eso a mí -evoca- preguntándome qué había hecho mal para merecer eso”.

Sin levantar demasiado el tono de voz, intenta dar contexto a la situación de ese momento. “Por si no fuera suficiente pasar por todo eso, los chicos en hogares terapéuticos son discriminados socialmente, hay mucho prejuicio con ellos. Lo que para nosotros es un hogar, para los de afuera es un orfanato y tildan a los chicos como ‘el malo’, ‘el raro’ o ‘el falopa delincuente’”, retrata, entre palabras y recuerdos que lleva grabados como tinta en la piel. Y asegura que “pasar por eso nunca es gratis”, como si las secuelas siempre estuvieran ahí, a flor de piel.

Franco, sin embargo, nunca bajó los brazos, siempre buscó salir, progresar, crecer, dejar atrás las marcas sociales y tratar de ser uno más, un chico común, sin etiquetas. En ese camino se hizo de certezas que le dieron fuerza, se enfocó en “darle bola al físico, escuchar al cuerpo es la forma de salir, pero además tener un proyecto de vida y rodearse de amigos”, sentencia como recetas mágicas de autoayuda.

De esta forma, a los 19 años -edad límite para hospedarse en un hogar terapéutico para menores- dejó la Casona de los Barriletes y siguió adelante. “Al año siguiente terminé el secundario, y ahora estoy en la facu estudiando Trabajo Social”, cuenta. Pero eso no es todo: “logré un trabajo en blanco y pude alquilar un departamento en Villa Luro”. Y para evitar que a ese presente alentador lo enturbien las nubes del pasado, también trabaja consigo mismo. “Me apoyo en la terapia, que es una herramienta más”, agrega orgulloso.

Y en ese camino despejado que supo forjarse a fuerza de trabajo y voluntad, lleva adelante una premisa que cumple a rajatabla: “nadie debe olvidar el lugar que le tendió una mano cuando la necesitaba”, dice, y es por eso que, como vecino, continúa apoyando a los que hoy pasan por lo que él pasó hasta hace algunos años, a los invisibles. “Sigo visitando el hogar y me convertí en un referente para los chicos, intento ayudar en lo que pueda; porque como decía Alejandra, la directora, vos podés brindar muchos recursos, pero si la persona no quiere ser ayudada es muy difícil”.

Salir de la calle y de la invisibilidad no es fácil, pero se puede ayudar, se puede hacer algo desde afuera. Tal vez una mirada franca sea el inicio del camino para lograr la recuperación. Mirándolos, reconociéndolos, aflorará la dignidad perdida y será el primer paso para ayudarlos a que se pongan de pie. Se trata de personas pasando por el peor infierno en vida, un infierno que, ante sus ojos, parece no tener escapatoria. Por eso, para salir de esa eterna noche helada, necesitan la ayuda de todos como vecinos. Recién entonces podrán insertarse en la rutina de los problemas mundanos, que resultan apenas una anécdota comparados con la carencia absoluta.

Valentina Fredes

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