Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 19, 2024 7:58 pm
Cosas de Barrio

35 años haciendo amigos con el papel con tinta

En el mes del canillita, Osvaldo Ruetti cuenta su historia en la parada de Alberdi y Montiel

La sonrisa de Osvaldo Ruetti es mucho más que su carta de presentación. Es su señal de identidad, una marca registrada con la que se topan todos aquellos que se acerquen al puesto de Juan B. Alberdi 7153, a metros de Montiel, donde tiene la parada desde hace 35 años, más precisamente desde el 1° de febrero de 1987.

Sin embargo, el vínculo de Osvaldo con el papel con tinta comienza bastante antes, casi por casualidad. “Yo trabajaba en relación de dependencia en Odol -cuenta, acodado sobre el mostrador del puesto-. Un día vino mi primo y me dijo si quería hacer una changa para vender la quinta y la sexta de Crónica y La Razón, en la parada que tenía en José María Moreno. Yo tenía que hacer el reparto y me empezó a gustar”.

De allí pasó a otro puesto en Alberdi y Escalada, y ahí comenzó a elaborar la idea de tener su propia parada de diarios y revistas. “Entonces arreglé para irme de Odol y con la indemnización compré acá”, explica, y luego aclara “acá originalmente había dos italianos, una señora y un señor. A comienzos del 87’, el señor nos vendió a mi socio y a mí el 50% y dejó de trabajar. Ya en 1990 compré el 50% de la señora y en 1996 adquirí la totalidad del puesto”.

A lo largo de sus 75 años, Osvaldo siempre vivió en Mataderos, “Ahora estoy acá enfrente, sobre Alberdi, tengo que caminar 80 metros para venir a trabajar”, dice, haciendo gala de su habitual sonrisa y excelente humor. “Siempre digo que vivo en Mataderos Norte, porque Alberdi separa el norte del sur del barrio. Por acá cerca está el barrio Naón qué es de gente copetuda (risas), entonces yo me doy alarde de que vivo cerca de ahí”, remata.

Hasta antes de la pandemia, el puesto tenía parada y reparto, del que siempre se encargó Osvaldo. “Primero repartía y después abría el puesto -recuerda-. Empezaba a trabajar a las 4 de la mañana y me iba a la 1 de la tarde. Pero en 2020, de marzo a septiembre estuve cerrado por la pandemia, hasta que vino la primera vacuna y reabrí. Era mucho el riesgo. Al volver ya no repartí más. Ahora abro a las 8 y me voy a las 13”.

Dice que le encanta ser diariero, que su trabajo no lo cambiaría por nada y que disfruta del trato con la gente. “Me encanta conversar -aclara, como si hiciera falta- especialmente con los chicos, que son mi debilidad. Me gusta regalarles cosas, revistas, lo que sea”. Pero, siempre hay un pero, lo único que empaña su alegría es el temor la inseguridad. “Eso es lo peor que tiene este trabajo. Igual tengo varios negocios cerca y siempre hay gente, estoy acompañado. Pero cuando antes abría los domingos a las 4, era terrible. No había nadie en la calle, ni un alma…”, recuerda.

Cuenta que le robaron varias veces, y eso hizo que se decidiera a abrir más tarde. “Eso sí, nunca me robaron con armas. Yo tengo como premisa que el ladrón se tiene que ir ganador, se tiene que ir con algo, así se va contento. Si me resisto va a volver y no me conviene resistirme”, sostiene como una máxima irrefutable.

– ¿Dio resultado el método?

– Siempre. Salvo una vez. En 1997, cuando estaban los primeros celulares, yo estaba tomando mate acá y vino uno. Me pidió plata y le dije que no tenía. Era la verdad. Entonces me pidió que le diera el celular, pero tampoco tenía, después me pidió el reloj, y tampoco tenía. Entonces vino el compañero y le dijo, vamos, a este viejo no le podemos sacar nada. Pero el otro no se quería ir, quería llevarme a mi a casa para afanarme lo que tuviera ahí. Yo en ese momento tenía un teléfono semi público. Uno se quería ir y el otro no, porque tenía miedo de que llamara a la policía. Yo les decía que no, que se fueran tranquilos, que no iba a llamar a nadie. La cuestión es que arrancaron el teléfono y lo dejaron inutilizable. Después de eso ya nunca más lo repuse. Antes de irse agarraron esos alambres con resorte que tenemos para poner las revistas y me dejaron atado. Eran las 4 y media de la mañana y después de un rato apareció un señor que siempre pasaba temprano para ir a trabajar al frigorífico, y me desató. Me dijo que le iba a avisar a la policía y yo le dije no, pero se ve que alguien corrió la voz y al rato vino un agente. Me preguntó si quería hacer la denuncia y le dije que no.

En otra oportunidad, su premisa parece haberle dado resultado. “Yo acostumbraba a sentarme afuera en una banqueta para tomar mate y leer algún diario. Un día vino uno en bicicleta y me dijo ‘viejito te voy a afanar’. Y bueno, le dije yo. Entonces me miró y me dijo ‘no viejito ¿a vos qué te voy a afanar? seguí tomando mate ¿Te lo creíste? Y dobló por Guaminí. Pero se nota que no le pudo robar a nadie y entonces volvió. Me dijo ‘viejito perdóname, ahora sí te tengo que afanar’. Y bueno, le di la plata que tenía y se fue”.

El puesto luce majestuoso entre las revistas multicolores que realzan sobre el verde de la chapa. “Es relativamente nuevo”, aclara Osvaldo, y cuenta que “un vecino que vivía acá al lado tenía un Renault 12. Una noche, un Falcón hizo una mala maniobra, chocó al Renault que estaba parado, lo empujó contra el puesto y lo hizo un acordeón. Yo no estaba, pero me avisaron. Vivía en Cosquín en ese momento ¡Menos mal que tenía el puesto asegurado! Hice juicio y tuve la suerte de cobrar. Mientras tanto, un muchacho conocido me prestó uno y trabajé un tiempo ahí, hasta que me hicieron el que tengo ahora”.

A veces Osvaldo tiene que interrumpir su relato para devolverle el saludo a algún vecino o venderle el diario a un cliente. “Cosas de Barrio es una gentileza y es el que primero se agota”, aclara, mientras su esposa, que hoy lo acompaña, lo escucha con atención. “La gente viene a conversar conmigo porque me gusta hablar de todo, especialmente de fútbol. Lo único que tengo prohibido es hablar de política. Además, la gente siempre dice ‘el diariero sabe de todo’, entonces me preguntan por la casa de tal, por la calle tal, por qué colectivo me deja en tal lugar”.

– ¿Molestan esas preguntas frecuentes?

– No, por lo general me divierten. Una vez vino una señora a consultarme dónde paraba el 55 y yo le pregunté si el que va para Provincia o para Capital. Me dijo que iba para Capital, entonces le indiqué que la parada está enfrente, en la esquina de Montiel y Alberdi. Y la señora me preguntó ‘¿tengo que cruzar entonces?’ y, no creo que si le hace señas el colectivo la venga a buscarla acá… Yo me río de todas esas cosas. Los días de votación viene mucha gente a preguntarme cosas. Un día vino una señora a comprar el Clarín, que en esa época venía con muchas páginas, y me preguntó si estaba el padrón electoral… 

Osvaldo tiene clientes fijos desde hace décadas, que hoy ya son sus amigos. “A veces llevo el diario acá enfrente y me quedo conversando, dejo el kiosco solo sin problema. Incluso en el verano algunos se van de vacaciones y me dicen que les vigile la casa”.

– ¿Por qué cree que tiene tantos amigos?

– Porque tengo buen carácter, a veces me rayo un poco, pero tengo buen carácter, soy amable y un poco psicólogo. Con la única persona que no tengo carácter es con mi esposa, porque cuando me casé dije ‘sí quiero’ y ahora digo ‘sí querida’…

Josefina Biancofiore

En el mes del canillita, Osvaldo Ruetti cuenta su historia en la parada de Alberdi y Montiel

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