Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 19, 2024 10:53 pm
Cosas de Barrio

Confieso que he vivido

A sus 98 años, Mauricio Gerszonowicz es un ejemplo de vitalidad y entusiasmo que vale la pena imitar. Sus secretos, en esta nota

El teclado arroja al aire los primeros acordes y Mauricio carraspea para aclarar la garganta. “Qué par de pájaros los dos…”, canta luego, concentrado y con la voz engolada. Sus compañeros del Taller de Repertorio del Centro Cultural Elías Castelnuovo, de Montiel 1041, en Liniers, lo observan admirados, como siempre. Poco después se animará a ensayar unos pasos de baile, al compás de un ritmo pegadizo, mientras aguarda su turno para volver a cantar. Nada especial hasta aquí, a no ser porque Mauricio Gerszonowicz –que aparenta varios menos- tiene 98 años…

Los cumplió el 1° de julio pasado, y sus compañeros del Castelnuovo no se privaron de celebrarlo. “Le organizamos un festejo sorpresa. Estábamos todos, incluso vino gente que ya no participa del Taller, pero que lo conoce y lo aprecia”, cuenta Natalia, la profesora, y define a Mauricio como “un sinónimo del buen humor, una persona maravillosa, con muchas ganas de aprender y mente de principiante. Además, es muy colaborador y atento”.

Natalia tiene razón, Mauricio es un ser inquieto, amable, sonriente. Todos lo saludan. Su compañero Naum dice que “él nos obliga moralmente a superarnos porque es un ejemplo, un bastión, es gente digna de imitar. Estamos orgullosos de compartir este espacio con él, porque nos contagia su entusiasmo, nos inspira. Y además tiene una sonrisa permanente”.

En un alto del taller, el protagonista de esta historia se presta a la charla con Cosas de Barrio. Y la primera pregunta resulta inevitable.

– ¿Cómo se hace para estar siempre de buen humor, Mauricio?

– A mí me surge naturalmente. Lo que le da sentido a mi vida es el cariño y el amor que siento por todas las personas que me conocen. Tengo ganas de vivir porque en la vida hay que hacer siempre proyectos, si uno no los tiene, no sabe para qué vive, no tiene norte.

– Entiendo, por ahí va la cosa ¿Y qué consejo le daría a quienes les cuesta un poco este tema?

– Yo sé que no es fácil estar siempre de buen humor, porque desgraciadamente el mundo es especial hoy en día. Pero la gente nunca tiene que perder la memoria de la historia, porque si los seres humanos no aprenden de la historia, todas las atrocidades vividas vuelven a repetirse.

Mauricio habla con la voz de la experiencia, pero además le agrega el condimento de sus propias vivencias. Una historia dura que vale la pena conocer. “Soy argentino naturalizado –cuenta-. Nací en Polonia, en la provincia de Lódz. Mi padre fue mi amigo y me contó cómo empezó y porqué sucedió el holocausto. Cuando Hitler formó el Partido Nacional Socialista y empezó a hacer los campos de concentración, todo el mundo se calló la boca y por eso se llegó al exterminio. Cuando los construyó, vinieron delegaciones extranjeras y les dijo que eran campos de trabajo. Sin embargo, le vendieron armas. Estados Unidos, la Ford le vendió armamento, la industria alemana y la inglesa también. Y todos, boca cerrada, por eso sucedió la tragedia. Murieron seis millones de judíos, y durante la guerra murieron otros 50 millones de seres humanos de todas las razas y religiones. Fue un holocausto general. Porque todos los países avanzados se callaron la boca”.

Por primera vez el rostro de Mauricio se pone tenso y adquiere otra fisonomía. El entrecejo se ciñe y la sonrisa desaparece por algunos segundos. Adentro del aula, los acordes del teclado del profe Marcelo, siguen acompañando las voces de los talleristas, y entonces la música, una vez más, sirve de analgésico para calmar los dolores del alma.

Mauricio llegó a la Argentina en 1930, junto a sus padres y su hermano de 7 meses y se instalaron en una pensión del barrio de Once (poco después se mudarían a Liniers y más tarde a Versailles, donde vive actualmente). Aún no había cumplido los 8 años y no sabía lo que era el colegio. “Empecé a estudiar acá, en una escuela que estaba en una calle cortada, cerca de la barrera de Barragán”, recuerda. Su padre era tejedor. Fue él quien lo hizo entrar en la fábrica de tejido que funcionaba donde ahora está Carrefour, y antes el supermercado Gigante, frente a Vélez. “Tenía 14 años, y trabajé allí hasta los 20”.

Como sus padres no podían costearle los estudios, a los 18 años se inscribió en una escuela técnica. “A los 23 me recibí de técnico en automotores y en la escuela me propusieron dar clases de práctica a la noche. Fui profesor durante dos años y medio”, evoca con orgullo, y luego cuenta que “con dos compañeros formamos una sociedad para reparar autos y camiones. Duró tres años. Durante ese tiempo pude terminar el departamento que me estaba construyendo en la casa de mis padres”.

Al poco tiempo comenzó a trabajar en una agencia de camiones y con el sueldo se compró un Chevrolet modelo 38. “Para poder pagarlo lo patenté como taxi y cuando terminaba en la agencia salía a trabajar con el auto”.

Mauricio Litman era su patrón en aquella agencia, y cuando se enteró del título de su tocayo, le sugirió que estudiara inglés para perfeccionarse, y así lo hizo durante un año. “Cuando tiempo después la agencia cerró, me puse un taller mecánico”, resume, hasta que a los 67 se jubiló y a los 70 dejó definitivamente el taller.

Claro que, para entonces, Mauricio ya había formado una hermosa familia. “Me casé con Anita a los 33, tuvimos dos hijos y una hija, y hoy disfrutamos de cuatro nietos y cuatro nietas”, dice Mauricio y se le ensancha la sonrisa. Para armar el nido familiar cambió el Chevrolet por un terreno de 150 metros cuadrados. “Después de cinco años de trabajo duro mandamos construir una losa de cemento armado y luego un esqueleto con paredes linderas para dos departamentos”, recuerda, y aprovecha para recalcar un concepto: “a mis hijos les enseñé que primero hay que procurar tener un techo”.

Cuando Mauricio cumplió 40 años de trabajo, se fue de paseo con su esposa durante dos meses a recorrer Estados Unidos y Canadá. “Volvimos, trabajé hasta los 60 años y nos fuimos a ver la otra cara de la moneda: cuarenta días a Hungría, Bulgaria, Alemania y la Unión Soviética”, recuerda, y parece viajar con la mirada.

– ¿Y nunca regresó a Polonia?

– ¡Sí! Un día mi hija me dio una sorpresa: me mostró los pasajes para volver a ver mi casa natal. Yo no hablo polaco, así que cuando llegué tenía una guía en español. Fui a Varsovia y Lódz, donde nací. Hacía frío, había nevado. De pronto vi un portón negro con el número 69, era la casa donde había nacido. No sé si fueron las lágrimas o la memoria, pero me vi allí siendo niño, de la mano de mis padres…

Su hija Liliana parece ser un pilar esencial en la vitalidad y el empuje que caracterizan a Mauricio. “Es mi Dios”, la defina, y cuenta que ella le salvó la vida. “Un día tuve dolor de cabeza y ella me hizo socio de prepo del Hospital Italiano. A los tres días tuve un mareo y terminé en terapia intensiva después de una operación por un ACV. Poco tiempo después me vio una psicóloga, me hizo algunas preguntas y le dijo al neurólogo ‘está mejor que yo’. Y para demostrarlo le canté una canción del Paz Martínez”.

Allí se dio cuenta que aquel episodio no lo obligaría a dejar de cantar, más aún cuando sus compañeros lo alentaron a seguir. “Me siento muy querido. Este señor -dice, señalándolo a Naum- me dijo que me necesitaban, y hasta se ofreció a traerme cada lunes al centro cultural en un camión de mudanzas”.

Mauricio tiene un grabado un CD con 17 temas de tangos, boleros y folklore, y hasta editó un libro de poemas. Pero aún le quedan por concretar varios proyectos. “Leí mucho a Neruda y al Martín Fierro, me faltan escribirles varios poemas a mis hijos y a mis nietos. Pero además quiero seguir cantando y bailando folklore, y todavía me falta aprender guitarra”, arremete.

Acaba de terminar la clase y el profe Marcelo alcanza a escuchar el último tramo de la charla. “Mauricio es un fenómeno -dice con una sonrisa-. Además de tener registro de tenor, es un genio, nos hace sentir cómodos. Es un tipo especial, muy sabio”.

– El tema de el Paz “Qué par de pájaros” habla de la infidelidad, sin embargo, usted lleva varias décadas al lado de su esposa ¿Cuál es el secreto?

– Sesenta y cuatro años para ser más precisos, Desde que me casé tengo un concepto: todas las aventuras se saben cómo empiezan, pero no cómo terminan, y con una aventura muchas veces se destruye una familia. Por eso yo nunca me dejé tentar, porque lo principal en la vida es conservar la familia, eso es lo más sagrado.

Las luces de las aulas del centro cultural comienzan a apagarse, la jornada está llegando a su fin y con ella también la entrevista. Pero Mauricio pide cerrar la nota con una frase que, puesta en su boca, adquiere un vuelo especial: “gracias a la vida que me ha dado tanto”.

Josefina Biancofiore

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