El baile de la escoba
Desde hace siete años, Nicolás se desempeña como barrendero en Liniers y Mataderos. Todos los detalles de su oficio, en esta nota
De lunes a viernes de 6 a 12, haga frío o calor, llueva o truene, Nicolás camina por las calles de Liniers empujando su carrito. En la mano izquierda lleva la escoba con la pala incrustada. Su andar es suave y su carga liviana, como el pasaje bíblico de Mateo 11, 28-30, que conoce a la perfección. “Soy el sostén de mi familia”, cuenta orgulloso Nicolás Quinteros, de 31 años, que inicia su jornada antes que amanezca, cuando parte presuroso desde su casa en Isidro Casanova, partido de La Matanza. Es padre de Israel (4) y Hadassa (8 meses) y junto a Magalí, su esposa tan creyente como él, reza antes de cada cena para agradecer su trabajo como barrendero y para pedir que lo efectivicen en el puesto, lo que lo hará sentirse “más tranquilo para llegar a fin de mes”.
Su diario recorrido por las calles linierenses es seguido de cerca por varios ojos escrutadores. Desde lo estrictamente laboral está la empresa Suministra, la agencia de trabajo que terceriza el servicio de barrido a cargo de Níttida, la misma que aún no lo efectivizó. Y por otro lado siente la “presión social” del vecino, que exige su presencia casi tanto como el pan de cada día.
“Nosotros hacemos nuestro trabajo, pero estaría bueno que todos colaboraran”, propone el hincha de Almirante Brown, quien en un mano a mano con Cosas de Barrio desmitifica el pensamiento de la opinión pública en torno a los altos ingresos y al flojo desempeño de los barrenderos en la Ciudad de Buenos Aires. Porque al fin y al cabo, no todo es como parece.
– Antes de ser barrendero ¿Dónde trabajaste?
– Mi trabajo anterior fue en mantenimiento de ascensores, pero antes de eso laburé en verdulerías, en la construcción y como feriante. El trabajo de mantenimiento me gustaba pero eran muchas horas: a veces trabajábamos doce horas de corrido, lo que además de ser muy desgastante me quitaba mucho tiempo con mi familia. Por eso, gracias a mi papá que también es barrendero, me decidí por este trabajo. En aquel momento él me avisó que estaban contratando gente y fui a probar suerte. Ya hace casi diez años que estoy en esto, y siempre como tercerizado.
– Que estés tercerizado ¿En qué te diferencia de los empleados fijos?
– Que no tengo una ruta fija, un sector determinado, como por ejemplo la zona del Santojanni junto al corredor de Acasusso. En esos casos, el barrendero, al estar fijo, inamovible y presente todos los días, puede conocer al vecino y viceversa.
– ¿Y entonces qué zona te corresponde dentro de la Comuna 9? ¿Es muy grande tu porción?
– Depende. Así como la Ciudad está dividida en comunas, cada comuna está dividida por galpones. Mi galpón comprende la zona delimitada por la avenida Alberdi, Rivadavia, General Paz y Larrazábal. Es decir, ese es el perímetro del área que me corresponde y, al ser tercerizado, cubro por ausencia de compañeros, sea por vacaciones, enfermedad, etc.
Ya hace siete años que Nicolás recorre con su carrito las calles de Liniers, antes estaba asignado a Villa Devoto. Y si bien le corresponde una amplia porción linierense, a veces junto a sus compañeros de trabajo “vamos para el lado de Villa Luro o Mataderos”, de acuerdo a las indicaciones de sus superiores.
-¿Cambió tu trabajo al llegar a Liniers?
– El trabajo es el mismo en todos lados. Lo que sí, cuando llegué en 2014 Liniers era un desastre. Recuerdo que me tocó trabajar en Navidad y Año Nuevo, y levantábamos montículos de un metro y medio de basura, sin exagerar. También era impresionante la mugre acumulada por los manteros, los travestis y la falta de limpieza. Hoy día, la situación es distinta porque hay servicio de barrido todos los días, máquinas barredoras y camiones hidrantes. Creo que sin ellos, la cosa seguiría igual o peor…
– Y decime ¿Cualquiera puede trabajar de esto? ¿Hay alguna habilidad manual especial que requiera este oficio?
– Si te referís a alguna técnica o habilidad, en verdad no. Lo que sí puedo decir, sin ser machista, es que una mujer no podría hacer este trabajo. Algunos compañeros grandotes, corpulentos, que entraron pensaron que eran un laburo simple y al toque abandonaron. Es que a veces las bolsas que tenemos que levantar pesan veinte kilos, y hay que levantarlas, eh… Ojo, yo también pensé que era algo simple y en mi primera semana me dolía todo. Después te vas acostumbrando.
– Ok, no es para cualquiera entonces, es un trabajo bastante sacrificado…
– En realidad, más que sacrificado creo que no es apto para tibios. Lo digo porque tengo ex-compañeros que dejaron el trabajo por sentirse mal vistos. Muchos no aguantan la presión o la mirada del vecino. En ese aspecto, sí puede ser denigrante el trato que a veces recibimos de la gente, pero no el trabajo en sí, porque todo trabajo dignifica. Hay mucha gente que se cree el jefe del barrendero. De hecho, varios vecinos, a veces, al sentirse con derecho por pagar los impuestos, nos indican cómo tenemos que hacer nuestro trabajo. Yo me río porque yo también pago los impuestos y sin embargo no le digo al médico o al maestro como tienen que hacer su trabajo. Por eso digo que la paciencia y el aguante que tenemos no es para cualquiera…
Esa puja con el vecino parece recrudecer con la llegada del otoño, cuando las hojas secas alfombran calles y veredas y la presencia del barrendero se transforma en un reclamo habitual y permanente.
– ¿La culpa siempre la tiene el barrendero?
– Claro que no, ocurre que generalmente el vecino se la agarra con el que tiene a la vista, pero que haya tantas hojas en la vereda también es consecuencia de la falta de poda. No obstante comprendemos al vecino que paga sus impuestos y desea recibir a cambio un servicio excelente. Pero hay otras cuestiones que deberían saber. No hay que olvidarse que venimos de casi dos años de pandemia, lo que irremediablemente produjo, de un día para otro, la reducción del personal a la mitad en el galpón. Y a pesar de eso no se contrató gente. Por lo tanto, quedamos los que quedamos y nos tuvimos que arreglar para cubrir la ruta como sea. Eso fue muy duro y trabajoso durante los primeros meses de la pandemia, por eso les pedimos a los vecinos que nos den una mano en el cuidado de las veredas.
– ¿Y cómo sería esa mano?
– El gobierno dice que la basura de la vereda va a la bolsa. Yo no voy a ratificar eso, sino que si van a tirar la basura a la calle, que sea antes de que pasemos, y no después. Porque es así como provocan la imagen de que nosotros no hacemos correctamente nuestro trabajo. Lo mismo va para la gente que tira la basura desde los balcones: si lo va a hacer, que lo hagan con dos bolsas, para que no se explote. También, si hay tacho grande y chiquito, la basura, en el tacho grande. Hoy me pasó que luego de vaciar un cesto papelero, vuelvo diez minutos después y me encuentro con un vecino tirando toda la basura ahí, cuando al lado tenía un tacho grande. Nosotros hacemos nuestro trabajo, pero si el vecino colabora el barrio va a estar más limpio.
– Suele decirse que, más allá de lo ingrato de este oficio, es un trabajo muy bien pago ¿coincidís?
– Hay un morbo social sobre cuánto gana un barrendero (risas). Igual a mí no me gusta decir lo que gano. Lo único que puedo decir es que en casa, gracias a mi trabajo, superamos por muy poco la canasta básica. Te aseguro que no me alcanza y no llegó a fin de mes, y hace rato que estamos en esta situación. Al margen de eso, veo en lo cotidiano que todos se creen con derecho de preguntarle al barrendero cuánto gana. Incluso a veces me paran por la calle y me dicen que cuide mi trabajo porque gano bien.
Desde hace diez años Nicolás hace de la calle su lugar de trabajo, la cancha donde cada día le hace frente a un nuevo desafío. Sin achicarse juega de visitante en un barrio donde la hinchada vecinal es crítica y diversa. Porque también están aquellos que aplauden cada barrida del hombre de 31 años. “Hay mucha gente buena y macanuda en Liniers, que nos trata con amabilidad y hasta nos abre las puertas de su casa para ofrecernos un vaso de agua”, recalca Nicolás que, escobillón en mano, atesora un sueño entre ceja y ceja. El mismo que, frente al espejo del baño, viajando en el bondi desde Isidro Casanova o en el vestuario del galpón, a solas, le implora al de arriba día tras día. “Me gustaría que se de la efectivización porque creo que ya pagué el derecho de piso”, anhela el hincha de “la Fragata”, mientras recoge con la pala el último montículo de hojas que previamente acomodó junto al cordón. Ya son más de las 12, mañana será otro día. Y allí estará Nicolás con su carrito, como hoy, como siempre.
Santiago Rodríguez
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