Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 19, 2024 12:41 am
Cosas de Barrio

RINCÓN DE LETRAS Humillación y vergüenza

El paisaje barrial como disparador de historias

Una vez más le damos lugar a esta sección, dedicada a dar rienda suelta a la creatividad literaria de nuestros lectores. En esta oportunidad incluimos un crudo relato que nos interpela, elaborado por Inés Vendramín, con el que recrea el particular karma que envuelve a un personaje –que bien podría ser real- al tiempo que nos muestra una realidad sumamente visible en la actualidad.

De esta forma, aquellos lectores que deseen remitir sus escritos literarios a esta redacción –en formato de cuento o poesía- para ser publicados en este espacio, podrán hacerlo vía mail a cdebarrio@hotmail.com o de manera postal a Carhué 723 2º “9” (1408) Ciudad de Bs. As. El único requisito es que la historia transcurra en algún punto de nuestra entrañable geografía barrial.

Humillación y vergüenza

El sol golpeaba fuerte sobre las casas, las ventanas agolpadas hacia el Oeste protegían del excesivo calor. Hacía más benévola la mañana la melancolía del “Romance de los Pinos” que desgajaba una guitarra, acentuando la paz del lugar.

Están libres en su mayoría los bancos de la plaza Santojani, en uno que da a la sombra los amigos conversan. Tobías se había mudado a Liniers, cerca del Mercado Andino dónde tiene un puestito. A diario camina sin rumbo fijo por “su barrio” que le gusta cada vez más. Los domingos acompaña a misa a su mujer hasta la Iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, regresan sin apuro. Nicolás, desocupado, prefiere escuchar, poco habla.

Los dos amigos no ven sino las rodillas sobresalientes de un agujereado pantalón. Un hombre sentado en el césped, debajo de un árbol, tose arrebatado o murmura en un tono de oración. Una hoja roja, intermezzo al otoño, cae en su mano negra.

Tobías y Nicolás se acercan cautelosos, le ofrecen un sándwich que agradece educado, su acento extranjero no les causa desagradable impresión.

En una ventana, detrás de los visillos, lo espían dos hermanas, la más joven pregunta:

– ¿De dónde vendrá este negro?

La mayor escuchar pero entiende que no vale la pena responder; levanta los hombros sin interés, aunque al rato dice con dureza:

– Si está ahí como oculto quién sabe qué vergüenza encubre.

Hay quienes olvidan o ignoran el sufrimiento ajeno. No se detienen a pensar ¿Para qué? ¡Qué natural les resultan las vidas desdichadas!

Un rostro nada feliz observa al negro en la noche ventosa. Es el policía que, igual otras veces, le pregunta tras un largo silencio:

– ¿Qué hace acá? 

No quiere humillarlo, él, tildado de “cabecita negra”, sufrió tiempo atrás la experiencia denigrante de sentir que no valía. No falta quien se complace en recordárselo, burlón. En ese momento desea desaparecer de la faz de la tierra, volverse invisible.

Hoy la noche está más fría, el policía lo acompaña un rato, le da ánimos, sabe que no se puede olvidar el pasado ni ignorar la violencia, ni los afectos dejados allá en su país. No recibe respuesta. Piensa: “¿Cómo ayudarlo?”

“¿Qué tal todo aquello? Era un roce lastimero, una pregunta hecha a sí mismo”  (1)

No recibe respuesta. El negro, muerto, se había tapado la cara con las manos. En un gesto delicado guardó su identidad.

Inés L. Vendramín

(1) La frase intercalada corresponde al escritor Haroldo Pedro Conti, secuestrado y desaparecido durante la dictadura.

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