Rincón de letras
El paisaje barrial como disparador de historias
Una vez más le damos lugar a esta sección, dedicada a dar rienda suelta a la creatividad literaria de nuestros lectores. En esta oportunidad incluimos un cuento que recrea la infancia de tres personajes y su correlato en la adultez. El texto -escrito con simpleza y transparencia- relata el inicio de una historia de amor en la que se entrecruzan los tres personajes. Elaborado por el vecino Carlos Castrovinci, el relato transcurre en la singularidad del paisaje linierense, que hace las veces de telón de fondo para echar a rodar una historia de amor.
De esta forma, aquellos lectores que deseen remitir sus escritos literarios a esta redacción –en formato de cuento o poesía- para ser publicados en este espacio, podrán hacerlo vía mail a cdebarrio@hotmail.com o de manera postal a Rivadavia 10718 7º Piso Dpto. 34 (1408) Ciudad de Bs. As. El único requisito es que la historia transcurra en algún punto de nuestra entrañable geografía barrial.
Goma de borrar
Rosita y Miguelito compartieron su niñez desde el momento mismo en el que abandonaron los pañales. Desde entonces concurrían al mismo jardín maternal. Por ser vecinos de un cálido y pintoresco Liniers, de casas bajas, con pasajes con nombres de flores y pájaros, los primeros pasos los dieron en esa vereda amplia de canteros con malvones, bajo la atenta mirada de sus padres. Se encontraban en la farmacia, en el supermercado, en el kiosco. En esa infancia de juegos, cumpleaños y fiestas familiares fueron cimentando una amistad inocente e incondicional.
Llegó el momento de ingresar a Primaria, y quiso la suerte o el destino que a ambos les tocara el mismo curso. El primer grado transcurrió sin altibajos y ambos superaron esa primera etapa de aprendizaje e integración social. Así llegaron a cuarto grado, Rosita por ser una alumna aplicada tuvo el honor de ser abanderada, acompañada por su primer escolta, un alumno elegido por la maestra que, para alegría de Rosita, fue Miguelito.
Como sabemos, en cuarto grado se jura lealtad a la Enseña Patria. La ceremonia fue breve pero muy emotiva, donde concurrieron todos los padres de la comunidad escolar. Los Abanderados fueron felicitados por sus compañeros, la maestra y sus familiares.
Ese mismo año concurrieron a la parroquia del barrio donde para las clases de catequesis porque ambos tomarían su primera comunión. La niña lucía tan bella que no tardó en atravesar el corazón de Miguelito por primera vez.
Desde aquel día, comenzaron las miradas pícaras, los avioncitos con mensajes románticos que él le arrojaba furtivamente cuando la maestra no los miraba. Ella se sentaba dos asientos más adelante, cuando le llegaban los mensajitos se daba vuelta para mirarlo, mientras le sonreía de una manera tan cálida que alimentaba el entusiasmo que crecía entre los dos.
Todo iba viento en popa, Miguelito pensaba en Rosita y ella en él. Pero, siempre hay un pero, y en este caso se llamaba Jorgito: un pelirrojo travieso que desde hacía tiempo también soñaba con conquistar a la pequeña. Y como quien no quiere la cosa, muy sigilosamente se fue acercando a ella, sobre todo en los recreos, mientras Miguelito jugaba con sus amigos. Un día le regalaba un caramelo Media Hora, otro un paquete de Rhodesia, y así el pequeño Casanova fue ganando la confianza de Rosita.
Pero a esta altura, la precoz parejita decía que eran novios desde cuarto grado. Siempre estaban juntos para disgusto del pelirrojo. Miguelito no tenía un pelo de tonto, y aunque parecía distraído pronto se dio cuenta del asedio del Colorado a su novia.
Una tarde de tormenta, en el aula reinaba el silencio absoluto, todos sumidos en la tarea de escribir una composición. El tema justamente era “la lluvia”. Cuando terminó la hora, todos entregaron su trabajo y salieron al recreo. Pero mientras todos abandonaban el aula, el Colorado demoró la salida. Después de asegurarse de que sólo quedaba él, se acercó al banco de Miguelito, arrancó una hoja numerada y sellada de su cuaderno, y con letra de imprenta escribió: “Rosita no te quiero más”.Rápidamente, con disimulo, dejó la hoja debajo del cuaderno de Rosita, que disfrutaba del recreo.
Sin embargo, otro alumno había permanecido escondido en el aula sin que fuera advertido por los demás. Era Miguelito, que hacía tiempo vigilaba los movimientos de su competidor. Vio toda la maniobra desarrollada por el Colorado y cuando este se fue, tomó la nota, la leyó y se la guardó en el bolsillo del guardapolvo. Un rato más tarde volvió a dejar el papel donde lo había tomado.
El Colorado miraba con ansiedad a los novios que reían y jugaban más juntos que nunca. Él esperaba otra cosa. Al verlos tan felices, comprendió con genuino dolor, que su bella compañera jamás se fijaría en él. Y desde aquel momento renunció a conquistarla.
Pasaron muchos años de aquella época escolar y, lejos de aquel episodio, Miguel y Jorge, ya hombres, se hicieron amigos. Llegó el día en que, felices, Rosa y Miguel anunciaron su boda a las personas más cercanas. Entre ellas, por supuesto, estaba el Colorado.
Fue Miguel personalmente a llevarle la tarjeta de invitación. Jorge la recibió con alegría, pero había una pregunta que hacía años lo abrumaba. Entonces lo miró fijamente a los ojos y le dijo:
– ¿Qué pasó con Rosita cuando leyó en tu hoja lo que yo le escribí aquella vez?
El novio, que hacía tiempo esperaba esa pregunta, se quedó en silencio. Por un instante, una ráfaga de su infancia le atravesó la mente. Revivió entonces momentos de alegría que habían quedado escondidos en algún lugar de su memoria y su corazón. Luego sacó lentamente de su bolsillo una hoja amarillenta, la desdobló y leyó en voz alta.
– Rosita: hoy te quiero más que nunca.
El Colorado, casi ofuscado, le respondió
– ¡Pero yo no escribí eso!
Miguel le tomó la diestra a su amigo y dejando en su mano una vieja goma de borrar, le dijo con una sonrisa.
– En el amor verdadero, no hay trampa que valga…
Carlos Alberto Castrovinci
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