Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 25, 2024 3:53 pm
Cosas de Barrio

Warfield Elena, el encantador de abejas

Es apicultor, vive en los pasajes de Liniers, tiene dos colmenas en su casa y asegura que las abejas le cambiaron la vida

A sus 65 años, Warfield Héctor Elena vive en la misma casa que en 1930 compró su abuelo. Por entonces el pasaje se llamaba Leopoldo Atenzo y hoy la chapa que está sobre la esquina, a metros de Tuyutí, lo bautiza Ángel Robbiani. Aunque vive solo, prefiere decir que “en casa somos unos cuantos”. Y tiene razón, porque comparte el techo con cientos de abejas. “Tener dos colmenas en mi casa es como tocar el cielo con las manos”, asegura.

La apicultura es el arte de criar y cuidar abejas, pero según Warfield, “también es el arte de engañarlas para obtener mayores resultados, por eso el apicultor es una mezcla de ladrón y amigo de estos insectos maravillosos”. Las abejas no sólo producen miel, sino también polen, propóleo, cera, jalea real y apitoxina, que es el veneno que secretan las obreras y que suele utilizarse como tratamiento para el dolor corporal. Y el propio Warfield da fe de su efectividad. “Gracias a ellas hoy tengo movilidad y estoy hecho un pibe. Ellas me curaron”, sostiene, y luego cuenta que cuando tenía 24 años padeció artritis reumatoidea por lo que debió estar dos años postrado en la cama sin trabajar, pero a base de apitoxina pudo salir adelante.

A partir de allí comenzó a vincularse con las abejas y ya nunca se alejó de ellas. “Yo había leído que con el veneno de las abejas se podía curar. Y una vez, cerca del Radio Club de Olivos, porque mi papá y mi abuelo eran radioaficionados, noté que sobre el río había casillas con colmenas y me empecé a enganchar con el tema. Me compré un libro que es el ABC de la apicultura y lo leía después de aplicarme la apitoxina. Después me anoté en la Sociedad Argentina de Apicultura, de Rivadavia 717, donde hice un curso de doce encuentros teóricos y prácticos y más tarde el de Perito apicultor. Así empecé hace más de treinta años”, cuenta a pura sonrisa.

Sin embargo, aquel no fue el primer contacto de Warfield con los abejas. Oriundo de San Nicolás, de chico solía ir al club Regatas. “En el fondo del club –recuerda- había seis colmenas en cada una de las cinco terrazas. En la cancha de paleta había un frontón, pero sin alambrado arriba, y cuando la pelota se iba para las colmenas, nadie quería ir a buscarla. Yo, que tenía 12 años, un día de invierno me animé a trepar y como las abejas vuelan muy poco, traía la pelota y me guardaba las anteriores para venderlas. Hasta que ya en primavera volví a trepar y las abejas me dieron una paliza tremenda. Entonces aprendí que si iba por delante de la piquera (abertura para que las abejas puedan entrar y salir) me iban a atacar, pero si iba por detrás y me agachaba, no. Recuerdo que una vez se armó una colmena gigante en el árbol de la cancha de paleta y tuvieron que llamar a un apicultor para que lo sacara. Esa fue la primera vez que comí miel de panal”.

– ¿Es fácil convivir con las abejas?

– Es maravilloso, el problema son los humanos. Las primeras las conseguí en Olivos, a diez cuadras de la quinta presidencial. Eran bastantes. Pero al poco tiempo se armó lío y me las tuve que llevar a San Isidro, pero de allí también me echaron y entonces me fui a una isla del río Carapachay.

– ¿Qué significan las abejas para vos?

– Yo amo el deporte, soy profesor de Educación Física, pero más amo a las abejas. No puedo estar un solo día sin pensar en ellas, sin extrañarlas. Son mi pasión, es indescriptible lo que siento. Y eso que en todos estos años como apicultor he recibido más de diez mil picaduras, pero así y todo, vivir rodeado de abejas es lo mejor que me pasó. Soy el tipo más feliz del mundo. Las abejas me cambiaron la vida, son los seres más maravillosos, espectaculares, hermosos y emocionantes. Son la máxima elevación espiritual que tengo en la vida: primero mis padres, segundo las abejas y tercero Dios. En casa tengo una foto enorme de San Ambrosio, el patrono de los apicultores, y todos los días le prendo una vela.

– ¿Vivís de las abejas?

– Claro, como todo apicultor. La apicultura es mi estilo de vida y no lo cambiaría por nada. Hace treinta años que siento adoración e investigo muchísimo. El 50% de mi alimentación es a base de los productos de la colmena, que le otorgan un enorme beneficio al organismo. Esta actividad deja mucha plata. Es la única labor agropecuaria que no tiene techo. Yo soy un apicultor lobo, porque hago todo yo solo, aunque a veces pido una mano porque el cuerpo se desgasta. Pero las empresas de apicultura hacen fortunas, porque cuantas más colmenas tienen, más gente trabajando y en negro. Pero en esta actividad afecta mucho el cambio climático.

– ¿Cómo es eso?

– Los agrotóxicos son negativos para la polinización. El girasol, la soja y el maíz son transgénicos. Y el cambio climático hoy es una realidad tan perjudicial como irreversible. Pero más perjudicial es la instalación de antenas de quinta generación (5G) porque el gran campo magnético que generan es terrible para el cerebro y las enfermedades. Y en las aves y las abejas genera una gran desorientación. Pero lamentablemente para todo eso ya no hay marcha atrás.

– ¿Y cómo afectan puntualmente esos temas en la producción de miel?

– Básicamente en la extensión de los tiempos de producción. La elaboración de un pote de miel depende de diversos factores, entre ellos el clima, la calidad de la abeja reina y la cantidad de antenas 5G. Hoy una colmena puede dar de 5 a 60 kilos de miel, pero antes de la sojización daba de 70 a 90. Hace cuarenta años con tres colmenas llenábamos un tambor de 300 kilos, pero hoy para lograr eso hacen falta veinte colmenas. Entonces muchos apicultores optan por adulterar la miel.

– ¡Epa!

– Y conozco a varios. En un tambor de 300 kilos, ponen 150 de miel y 150 de jarabe de maíz de alta fructosa, y nadie se da cuenta, salvo que lo analicen. Los chinos hacen la adulteración perfecta. Sólo se detecta con resonancia magnética nuclear, y a veces ni con eso. Yo no podría hacerlo, va contra mis principios.

Warfield no duda al asegurar que “la alimentación del mundo depende de las abejas y no lo quieren entender”. Cuenta que además de las dos colmenas que tiene en su casa de Liniers (“donde las abejas están hibernando”, aclara antes de que lo acorrale algún fóbico) la mayor producción la desarrolla en un campo de Luján. “Ahí tengo la mitad en zona de floración temprana y la otra en zona intermedia, donde la floración es más lenta. También hay otra zona tardía”, explica. Pero eso sí, si se le pregunta cuántas abejas tiene, prefiere esquivar la respuesta con una sutileza. “Es la pregunta del millón”, expresa con una sonrisa cómplice, y luego remata “digamos que las necesarias para comer y vestirme”.

Es que Warfield es su propio dueño y empleado en su emprendimiento. “Hago todo yo, no tercerizo nada: produzco, fracciono y vendo”, remarca a puro orgullo y asegura que no ofrece sus productos en redes sociales, sino de boca en boca. “Yo hago miel pura, súper, hay gente que me compra y la revende”, explica, y cuenta que en Liniers, se consigue en “la casa de productos naturales que está en José Léon Suárez 120, en la carnicería de Tuyutí y Carhué y en el almacén de Montiel y Jorge Chávez”.

– ¿Cómo se desarrolla todo el proceso de producción de miel?

– La abeja busca el polen y extrae el néctar de las flores. Las flores pueden estar a 3 mil metros de distancia, y al volver volando le van sacando humedad. Porque al libarlo, el néctar tiene 90% de humedad y debe llegar a 18% para que se transforme en miel buena, que no fermente, por eso la miel no caduca jamás. La abeja siempre hace más miel de la que necesita para comer, y esa es la que se saca. Luego lleva el néctar a la colmena y se lo deja a la nodriza, que es la que lo deposita en la celda a 195°. Posteriormente, con un sistema de ventilación, que se suma al del aleteo de las abejas, se va bajando la humedad a 60%. La celda se cierra con cera. Una vez que las abejas acopian la miel, la cosechamos, la llevamos a la sala de extracción, se pone en un tanque decantador un par de días y se envasa.

– La última ¿Tenés algún truco para evitar las picaduras?

– Uno solo. A veces les echamos humo, porque así ellas creen que hay fuego en el bosque, liban la miel, se llenan el buche para volar e irse, y eso hace que se les dificulte picar. Igual a mí ya me conocen y no me pican. En todo caso, la picadura de una abeja para mí es como un beso, una expresión de cariño…

Josefina Biancofiore

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