Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
October 3, 2024 9:49 pm
Cosas de Barrio

Rincón de Letras

El paisaje barrial como disparador de historias

Una vez más le hacemos lugar a esta sección, dedicada a dar rienda suelta a la creatividad literaria de nuestros lectores. En esta oportunidad incluimos un crudo relato que nos interpela, elaborado por Inés Vendramín, con el que recrea el particular paisaje de Liniers que rodea al personaje y sus temores, al tiempo que pinta una realidad angustiante y sumamente visible en los tiempos que corren.

De esta forma, aquellos lectores que deseen remitir sus escritos literarios a esta redacción –en formato de cuento o poesía- para ser publicados en este espacio, podrán hacerlo vía mail a cdebarrio@hotmail.com o de manera postal a Carhué 723 2º “9” (1408) Ciudad de Bs. As. El único requisito es que la historia transcurra en algún punto de nuestra entrañable geografía barrial.

Cartonero

Camina y camina. La pértiga del carro desuella los hombros fatigados, los brazos desnudos, enjutos, se esfuerzan; no se queja.

Lo miramos sin sentir pena, nadie sabe su nombre, toda su vida se resume en menos de diez letras: “Cartonero”.

La noche cede el paso a la neblina de la incipiente mañana. Al alba, los cartoneros dejan sus “casas”  en la villa La Olvidada; comienza la tarea. Ahuyentan al sueño con charlas, peleas, cantan cumbias pasadas de moda, reggaetón o intentan algún paso de trap, ríen.

Uno de ellos, niño todavía, al que los sinsabores de la pobreza lo hicieron crecer de golpe y simula adolescencia, saca de su bolsillo una hoja de cuaderno sucia y arrugada. Repasa lo aprendido, le cuesta. Sus compañeros cartoneros ayudan. Dice, casi llorando: estoy atrasado con el estudio, no tengo computadora. Agrega: yo vivía con un amigo, en Cayetano Silva, íbamos juntos a la escuela de Ramón Falcón y Lisandro de la Torre. Con las clases presenciales suspendidas por COVID…

Todavía no salió el sol, abandonados a la “buena de Dios” duermen en las calles jóvenes sin trabajo. Buscan amparo en el Hospital Santojanni o en negocios cerrados con cartel de “Se Alquila”. Escasean los cartones transformados en mantas de estos pobres desgraciados.

Él apura el paso, hace un gesto amistoso al chofer del colectivo 80 que inicia el recorrido. Un perro se desespera por una caricia. Saluda al repartidor de diarios que temprano deja los paquetes en los quioscos… Miguel, en su puesto de José León Suarez vocea: – Salió Cosas de Barrio, está buenísimo –quédeselo, es de distribución gratuita. Está buenísimo, repite contento. El cartonero quisiera hacer un alto, pero no, “mejor no te detengas, corré, leélo en casa, el abuelo te espera”.

La carga se le hace pesada, los baches frenan el recorrido hasta el depósito donde la dejan todos los cartoneros.

Llega a la villa antes de lo acostumbrado; estudiará mientras haya luz. Lo anima su abuelo, se acerca a la mesa con leche chocolatada, pone la mano cariñosa sobre el hombro del joven, se miran como si uno fuera a confiarle al otro algún secreto o sus ilusiones. El viejo titubea ¿conversar o callar? Le sonríe y vuelve a sentarse, las manos una sobre la otra apoyadas en el rústico bastón. Rememora: “cargados de melancólicos recuerdos, se desliza la monotonía de los días”. Y se van sucediendo…

Crepúsculo rojo. Escuchan el rumor nefasto de pasos desconocidos. Es anuncio de muerte que ya hiere. Profunda negrura en los ojos, tartamudea, da enrevesada explicación del pavoroso asalto a quien nada tenía.

Tristeza, llanto. Juntan los cartones abandonados, forman un altar, colocan allí al joven, lo velan horas, en andas es llevado al cementerio.

El día que el asesino troncha una preciosa vida, se agolpan los curiosos de siempre, una muchacha pregunta:

– ¿Qué pasa?

– ¡Nada mujer!  Mataron a un cartonero.

Inés L. Vendramín

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