Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 18, 2024 4:11 am
Cosas de Barrio

Acordes de primavera

Lo confieso, extrañaba sentarme en un bar a tomar un café. Solo, claro. O mejor dicho, con la cálida compañía de un libro. Con una vieja selección de cuentos de Mario Benedetti, ingreso entonces a la pizzería de Rivadavia y José León Suárez, y ocupo la mesa simple pegada al vidrio. Desde allí, el movimiento de la calle me invita de tanto en tanto a levantar la vista.  El fluir de los colectivos es intenso y aunque no es un día de semana, la mañana de ese sábado, teñida de nubes y un tibio sol de primavera, invita a recorrer el barrio y hacer las compras de rigor. Y para hacerla aún más agradable, una melodía de violín le pone música a la escena.

Apuro la lectura del último renglón antes del final del primer cuento y la veo. La violinista llegó hace un momento, dejó en el suelo el estuche abierto de su instrumento y empezó a tocar Adiós Nonino. Está a unos tres metros, sobre la vereda, del otro lado del vidrio. Es joven, gordita y guapa, con el pelo recogido en dos largas trenzas. Su aspecto me sugiere que debe ser del altiplano y una cinta con los colores de Bolivia que pende del extremo del violín, me invita a certificarlo. La delicada sucesión de notas parece domar el ruido de los motores, que de pronto se transforma en un imperceptible acompañamiento.

Mientras desliza el arco sobre las cuerdas, su expresión se torna dulce, compenetrada. La observo detenidamente y concluyo que no está fingiendo. Su cuello parece ser la continuidad natural del instrumento. Se nota que ama la música que hace, es feliz con el violín encajado en el hueco del hombro y la mandíbula, y toca con maestría. Admiro su arte y aunque no sé casi nada de música, creo entender cuándo un intérprete es bueno o malo. Y ella es muy buena. Lo suyo no se compara en absoluto con aquellos amateurs voluntariosos que a su orgullo le suman apenas algunos aciertos pegadizos. La chica del violín es una artista de verdad.

Sin embargo, el estuche del suelo sigue vacío. Ninguno de los que caminan apurados por Rivadavia –y no son pocos- se digna a dejar un billete. Ahora el ritmo cambia, deja el repertorio de Piazzolla y hace gala del folklore andino, su folklore. Entonces una increíble versión de “El cóndor pasa” me obliga a desentenderme de Benedetti.

Para entonces ya creo que la joven tiene un don especial y que el violín funciona como la flauta del faquir para lograr ese encantamiento. Y aunque la recaudación siga siendo nula, noto que no soy el único en ser cautivado por esa melodía. En la mesa de al lado, una pareja la observa casi con mi misma fascinación. Son un hombre y una mujer de unos cuarenta años de aspecto formal. Hasta entonces sólo los había escuchado discutir. La voz de él, incluso, muchas veces había servido para hacerla callar. Sus rostros siguen tensos, pero ahora los ojos les brillan de una manera especial. A él le suena el teléfono y atiende presuroso. Su voz ronca y engolada no me permite disfrutar el último acorde de la canción.

Entonces opto por volver a concentrarme en la violinista, que hace una pausa mínima y comienza a tocar nuevamente. No conozco la canción pero es tan fascinante como las otras. Ella no deja de disfrutar su interpretación. Está absorta en la música y entorna los ojos negros como si se sintiera transportada por ella. Tal vez el sueño de vivir de su arte se derrumba ahora mismo frente a la Estación Liniers, con la enorme desolación del estuche vacío.

La mujer de la mesa de al lado se seca las lágrimas con un pañuelo de papel. Él ni siquiera la mira. Deja un par de billetes debajo del pocillo de café y se va sin saludarla. Ya es casi mediodía. Pido la cuenta y también me dispongo a partir. Pago el café, me levanto, y ya en la vereda dejo un billete en la funda vacía. La violinista, sin detener su arte, me ofrece un destello de agradecimiento en la mirada. Entonces le guiño un ojo y ella hace lo mismo.

Mientras camino por Rivadavia hacia Montiel, le doy una última mirada a la artista y veo que la mujer de la mesa de al lado también deja algo en el estuche, antes de disponerse a cruzar la avenida.

Lic. Ricardo Daniel Nicolini

cosasdebarrio@hotmail.com

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