Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
September 28, 2025 6:27 am
Cosas de Barrio

Rincón de letras

Una vez más le damos lugar a esta sección, dedicada a dar rienda suelta a la creatividad literaria de nuestros lectores. En esta oportunidad publicamos un relato narrado a corazón abierto por el vecino Sebastián Ricco, que invita a sumergirse en la colorida magia de un puesto de diario de Mataderos. “Pancho, el hechicero” se interna en el recuerdo del personaje y bucea en la nostalgia de las últimas décadas del siglo pasado, cuando el encanto analógico de diarios y revistas, con el inconfundible aroma a papel con tinta, eran una puerta abierta a la aventura y la imaginación.

De esta forma, aquellos lectores que deseen remitir sus escritos literarios a esta redacción –en formato de cuento, relato o poesía- para ser publicados en este espacio, podrán hacerlo vía mail a cdebarrio@hotmail.com o de manera postal a Rivadavia 10718 7º Piso Dpto. 34 (1408) Ciudad de Bs. As. El único requisito es que la historia transcurra en algún punto de nuestra entrañable geografía barrial.

Pancho, el hechicero

Sobre la vereda de Juan B. Alberdi, casi Murguiondo, vivía un pequeño universo de papel y tinta: el puesto de diarios de Pancho, el diariero que parecía saberlo todo. Siempre con la voz ronca del que arranca temprano y un pucho apagado entre los dedos, saludaba con su eterno “¿Qué hacés, nene?”, como si te conociera de toda la vida. En tiempos de infancia, ese rincón era magia: los años de Anteojito y Sólo Fútbol, con sus colores brillantes y promesas de aventuras o estadísticas. Mi abuela Rosa me los compraba, como si intuyera que ese gesto era mucho más que un regalo.

A veces, cuando no llevaba plata, Pancho me decía: “Llevalo, llevalo, después me lo pagás”. Confianza de barrio, de esa que ya no abunda. Era el camino obligado de regreso a casa, y yo lo esperaba con ansias.

Crecimos, claro. Las revistas cambiaron: llegaron 13/20, Madhouse, el rock, las dudas, la Generación X. Pero el ritual seguía. Me esperaban los últimos números, envueltos en celofán, como un tesoro para abrir en silencio.

En tiempos analógicos, la felicidad era eso: horas y horas de lectura, solos el papel y yo. Sin pantallas, sin Wi-Fi. El diario como informante número uno, como puente al mundo. La felicidad del papel, con su olor a tinta fresca y el crujido de las páginas, era un refugio. En ese templo porteño, con Pancho y su cofradía de tacheros, vecinos, mozos de El Cedrón y el hombre de las garrapiñadas más ricas del mundo que aún hoy comanda su dulce nave, aprendí que leer era una forma de estar vivo.

Sebastián Ricco

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *