“Educar no es sólo enseñar, también es abrir caminos”

La docente de Mataderos y exjuntista local, María de la Cruz Báez, acaba de lanzar su libro “Para qué educamos hoy (una pregunta para incomodar)”.
Desde hace años, la vida de María de la Cruz Báez está atravesada por la educación. Egresada como docente del Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González, está casada con el también docente Daniel Agüero, con quien comparte la crianza de su hijo, que hoy cursa la escuela Primaria. “Me dedico a la educación a tiempo completo”, confiesa con una sonrisa, y luego agrega “lo pedagógico subyace en nuestra vida cotidiana, en nuestras charlas en la cena, en nuestras preocupaciones y en nuestras esperanzas. En casa se habla de clases, de actividades, de estudiantes, de proyectos, de injusticias, de sueños. Pero, además, tener un hijo en edad escolar también me permite ver la escuela desde el otro lado, con ojos de mamá. Y eso enriquece muchísimo mi mirada como docente”.
Con todo ese bagaje como respaldo académico y vital, a los 43 años María acaba de lanzarse a la aventura editorial. El jueves 26 de junio presentó su primer libro titulado “¿Para qué educamos hoy? (una pregunta para incomodar)”, editado por Universaletras. La cita fue en un salón de Mataderos, su barrio, y allí estuvo acompañada por la prologuista y docente, Lic. Adriana Gerpe. Entre los asistentes se hicieron presentes autoridades del Liceo 8 y el Mariano Acosta, miembros de equipos pedagógicos de la Dirección de Educación Media, colegas docentes de los distintos niveles educativos, comunidad del Taller de la Memoria Buenos Momentos, además de vecinos de Liniers, Mataderos y Parque Avellaneda, familia y amigos.
Como exjuntista de la Comuna 9 por la UCR, María considera, no obstante, que “la educación y la política partidaria deben ir por caminos separados, así se construye política pública”. En ese sentido, hoy prioriza su labor docente, a partir de su título de profesora en Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, y su posterior licenciatura en Enseñanza con Tecnologías Digitales. Asimismo, por estas horas está próxima a recibirse de licenciada en Gestión de Instituciones Educativas. “Voy a ser la primera universitaria en la familia”, destaca.
– ¿Cómo surgió la idea del libro?
– Surgió de la necesidad de poner en preguntas el futuro y lo que queremos o esperamos de él: ver que muchas veces educamos en piloto automático, sin preguntarnos para qué lo hacemos, con qué sentido, con qué horizonte. Y también surgió del deseo de recuperar la palabra como gesto de intervención. El libro fue mi manera de decir: “Paremos un segundo, pensemos juntos”. Eso sí, no traigo respuestas cerradas, sino preguntas que invitan a discutir, a revisar, a construir otra educación posible.
Gran parte de esas preguntas las fue acumulando en sus casi quince años de docente, en los que transitó el nivel medio (secundaria) y también el superior. “Caminé aulas, pasillos, espacios de gestión y formación continua”, asegura quien hoy es parte del plantel docente del Liceo 8 y el Mariano Acosta. “La educación es mi territorio, mi lugar de intervención y de sentido”, enfatiza.
– ¿Cómo ves la educación actual? ¿Notás un desfasaje entre las políticas y las necesidades educativas concretas de las nuevas generaciones?
– Sí, absolutamente. Hay una distancia cada vez más preocupante entre las políticas educativas, muchas veces verticales, tecnocráticas o desconectadas del aula, y lo que viven cotidianamente nuestros estudiantes. Las nuevas generaciones nos piden otra cosa: más escucha, más participación, más sentido. Y muchas veces se encuentran con una escuela que sigue repitiendo esquemas del siglo pasado. Hace falta un diálogo honesto entre las políticas y las prácticas reales, y eso sólo se logra con una presencia fuerte de los docentes en el diseño de las decisiones.
– En la tapa del libro aparece varias veces la expresión “maleducados”. Antes se les decía así a los chicos que decían groserías. Pero ¿qué implica hoy esa expresión?
– La palabra “maleducados” en el libro no apunta a los estudiantes, sino a una sociedad que ha dejado de educar en valores comunes, en la empatía, en el respeto por lo público. Además, aparece como juego de palabras, a veces dice Mal Educados, otras Educados Mal y otras son palabras separadas. Las usé a propósito, porque incomodan y generan atención, invitan a la reflexión. Son un espejo, nos interpelan de algún modo. El título busca poner el foco en la responsabilidad adulta, institucional y política que tenemos en la tarea de educar. No podemos seguir responsabilizando sólo a la escuela, a los chicos, a las familias, a los docentes o a los políticos.
– Decís que educar es formar libres pensadores, que sería algo así como decir “la educación nos hace libres”. Pero, paradójicamente, desde el gobierno libertario parece haber una lucha encarnizada contra la educación pública ¿Qué mirada tenés al respecto?
– Desde mi ética profesional, considero que la educación no debe ser usada como herramienta de disputa partidaria. El acto de educar debe trascender cualquier bandería política: se trata de un compromiso colectivo con el presente y el futuro de nuestra sociedad. Por eso, más allá de quién gobierne, lo que no puede ponerse en discusión es el valor estratégico de la educación pública como derecho, como espacio de construcción ciudadana y como garantía de igualdad de oportunidades.
– A partir de esta mirada que tiene el gobierno ¿Hacia dónde creés que va la educación del futuro?
– Prefiero no hacer una lectura desde la coyuntura partidaria, sino desde una mirada más profunda y estructural. El futuro de la educación depende de nuestras decisiones colectivas como sociedad. Si entendemos que educar es una responsabilidad común, que no puede quedar librada al mercado ni a los vaivenes del poder, podremos construir una educación que garantice inclusión, pensamiento crítico y sentido. Si, en cambio, naturalizamos el desinterés, el individualismo y el abandono del Estado, el riesgo es una educación cada vez más desigual. Yo elijo apostar a un futuro donde educar vuelva a ser una prioridad sostenida por políticas públicas consistentes y por el compromiso de toda la comunidad.
– ¿Creés que los avances tecnológicos y los dispositivos digitales, incluida la inteligencia artificial, contribuyen en materia educativa o todo lo contrario?
– La tecnología no es ni buena ni mala en sí misma: depende de cómo se use y con qué propósito. Puede ser una herramienta increíble para ampliar el acceso al conocimiento, para personalizar aprendizajes, para conectar realidades distintas. Por eso encaré la Licenciatura en Enseñanza con Tecnologías Digitales, para poder poner en beneficio de mis prácticas docentes todo lo que la tecnología digital puede ofrecerme para mejorarlas. Y también, porque nos permiten nuevos modos de conectar con los estudiantes, muchos de los cuales ya son considerados nativos digitales, nacieron con pantallas y con otra forma de mirar y conectar con el mundo.
– A partir de este avasallamiento del mundo digital ¿Qué características debería tener un docente en la actualidad para afrontar estos nuevos desafíos?
– Desde mi humilde opinión, un docente hoy necesita ser flexible, curioso, empático y muy crítico. Tiene que poder navegar entre la tradición y la innovación sin perder el foco en lo humano. Los dispositivos cambian, pero la necesidad de un vínculo pedagógico sólido, de una mirada atenta sobre los estudiantes, sigue siendo fundamental. También necesitamos docentes con vocación genuina, con sensibilidad para guiar, con compromiso para acompañar procesos y con capacidad para habilitar el crecimiento del otro. Ser docente no es sólo transmitir saberes; es asumir la responsabilidad de formar personas, de generar oportunidades y de dejar huellas que transformen vidas.
– ¿Qué significa para vos la educación pública y qué evolución notas que ha tenido en las últimas décadas?
– La educación pública es el lugar donde lo común se construye. Es el espacio donde se cruzan historias, desigualdades, luchas y sueños. En una parte de mi libro cito el tango de “Giuseppe el zapatero”, y el hecho de que su hijo se recibiera de doctor, subraya y evidencia el logro con esta frase “…el hombre en su alegría no teme al sacrificio, así pasa la vida contento y bonachón…”. El sacrificio y el esfuerzo le dieron como recompensa ser doctor y a Giuseppe que su hijo sea universitario. La educación siempre nos posibilita encontrarnos en un lugar común, en la búsqueda del conocimiento, sin esos otros condicionantes que nos atraviesan.
– ¿Seguís viviendo en Mataderos? ¿Qué particularidad ves en nuestros barrios de la Comuna 9 en materia educativa? ¿Cuáles son las principales necesidades?
– Sí, casi en el límite entre Mataderos y Liniers. Mataderos es un barrio al que quiero profundamente, se hace parte de uno y nunca te querés ir. En la Comuna 9 hay escuelas con muchísimo compromiso, pero también muchas necesidades. A nivel general, teniendo en cuenta todos los niveles educativos, falta infraestructura, acompañamiento sostenido a los equipos, reconocimiento real a la tarea docente. Y, sobre todo, faltan políticas que abracen la complejidad del territorio: no podemos pensar la educación de los barrios con recetas importadas o decisiones centralistas. Hay que escuchar a las escuelas, a las familias, a los estudiantes. Y si se puede, sumar más escuelas de nivel medio en nuestros barrios, eso respondería mucho a una necesidad que transitamos históricamente.
– La última ¿Qué es lo mejor que te pasó como docente y qué desafíos te quedan por cumplir?
– Lo mejor que me pasó fue ver cómo alguien que llegó a la escuela sintiéndose invisible encontró un espacio donde ser escuchado, mirado, valorado. Esas transformaciones silenciosas son las que me reafirman en esta elección. Y los desafíos son muchos: seguir formándome, seguir escribiendo, seguir construyendo con otros una escuela donde brillemos todos. Porque educar no es solo enseñar contenidos: es abrir caminos.
Ricardo Daniel Nicolini
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