Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
September 28, 2025 7:29 pm
Cosas de Barrio

Adiós al eterno comediante del gol

El viernes pasado falleció a los 83 años el entrañable Juan Carlos “Pichino” Carone. A modo de homenaje a la figura de uno de los grandes ídolos fortineros -e histórico vecino de Villa Luro- Cosas de Barrio publica a continuación la entrevista que le hiciéramos en julio de 2018, donde evoca su historia futbolística y las picardías que lo hicieron único e irrepetible.

“Verlo jugar era un espectáculo, y no sólo por los goles que les hacía a Boca, a River y a todos los grandes, sino también por las picardías que se mandaba… Me acuerdo que en un partido se puso al lado del arquero cuando iban a patear un corner y en el momento en que el tipo saltó a descolgarlo, él le agarró los pantaloncitos y el arquero se quedó casi en bolas. Después el tipo le pegó un piñazo y lo echaron…”. Me lo contó tantas veces que me parece haberlo vivido. Si hasta me imagino la sonrisa pícara de ese número 11 esmirriado, parado inocentemente con las medias bajas, al lado de un émulo de Goliat capaz de amedrentar a cualquier desprevenido que osara pisar el área. Y cada vez que me repetía aquella historia, al Viejo se le iluminaba la cara, como si todos los momentos placenteros de su vida se resumieran en ese. Entonces, aunque jamás lo vi jugar ni fui testigo de sus incontables proezas y trapisondas, para mí Juan Carlos “Pichino” Carone es, ni más ni menos, que el tipo que hizo feliz a mi Viejo.

Hoy, su hablar pausado y el tono reflexivo contrastan con el vértigo de sus temibles diagonales, con las que lograba desestabilizar a los defensores rivales y hacer que se chocaran entre ellos. La leyenda del gran Pichino -45 años después de que pisara por última vez una cancha de fútbol profesional- no hace más que agigantarse entre las calles de Liniers y Villa Luro. Dice que el mote por el que lo llaman propios y extraños se lo pusieron jugando en la novena de Atlanta, donde debutó en abril de 1962, a poco de cumplir veinte años, junto a otro mítico personaje del fútbol: Hugo Gatti. “Al Loco te diría que lo hice arquero yo, porque cuando se vino a probar a Atlanta quería jugar de 9, y yo le insistía que fuera al arco porque atajaba muy bien, por eso no es casual que haya revolucionado el puesto de arquero y que le gustara tanto jugar con los pies”, dice de quien hoy es uno de los grandes amigos que le dejó el fútbol.

Proveniente de una familia humilde, su padre fabricaba soldaditos de plomo, “pero como siempre, el que ganaba plata era el intermediario”, aclara Pichino y cuenta que a sus padres no les gustaba el fútbol. “Mi papá nunca me vino a ver jugar –desliza con cierto tono de resignación-. Él y mamá escuchaban mis partidos por la radio, ponían al Gordo Muñoz en Rivadavia, y después cuando volvía a casa me retaban. Me decían ‘en la radio dijeron que te portaste mal…’. Porque siempre decían que buscaba problemas en los partidos, pero no era para tanto. Simplemente era un poco travieso con los arqueros y los defensores rivales y hablaba mucho con los árbitros”.

A Vélez llegó en la temporada de 1964 y no tardó en transformarse en el ídolo de los hinchas. Durante los seis años que vistió la V azulada, disputó 149 encuentros y marcó 75 goles, más de medio gol por partido. La explosión definitiva le llegó en el Metropolitano del 65’, cuando perforó las redes adversarias en 19 oportunidades, transformándose en el goleador del torneo por encima del Tanque Rojas y el Mono Zárate.

Junto al exquisito Daniel Willington –ese artesano cordobés de la redonda que solía pararse a la sombra de las torres de iluminación cuando el calor del domingo acechaba- conformó una dupla temible. “Los córners los pateaba Daniel, yo me ponía siempre en el área chica, al lado del arquero, haciendo un poco de barullo. Él le pegaba con maestría, le daba la comba exacta. Era un fenómeno como jugador y como persona. A veces se enojaba conmigo porque no le gustaba que hiciera despelote, básicamente porque después él tenía que sacar la cara por mí”, recuerda Pichino. “Los penales los fabricaba yo y él los pateaba como los dioses. Tuve la suerte de ser uno de los máximos goleadores de Vélez sin haber pateado jamás un penal, un tiro libre o un córner. Con mis 62 kilos, la pelota pesaba más que yo…”.

Lejos del tiempo en que las cámaras de televisión todo lo ven, dice que a la hora de meter la pelota adentro, cualquier estrategia era válida. No sólo corrobora aquella historia de los pantaloncitos, sino que redobla la apuesta. “Solía engancharles el buzo a los arqueros en las trabas que sujetan la red al arco, les tocaba los testículos o les sacaba los algodones con los que marcaban el arco en el área”, confiesa sin sonrojarse. Y varios de esos episodios inolvidables tuvieron como protagonistas a verdaderos próceres del arco en los años 60: el Tano Antonio Roma, Amadeo Carrizo o Carlos Minoián.

– Supongo que las represalias no serían nada agradables…

– Y claro, después me agarraban en el túnel y me la daban… Porque en aquella época los dos equipos salíamos por el mismo túnel. Pensá que eran tipos grandotes, que al lado mío parecían gigantes. Cuando jugábamos contra Boca me separaba Rattín, que era amigo mío. Antes del partido me agarraba y me decía ‘portate bien, no hagas quilombo’. Hoy todavía nos seguimos viendo cada tanto. Gracias a Rattín en la cancha de Boca nunca tuve mayores inconvenientes, además el capo de la hinchada de aquella época era de Villa Luro y yo lo conocía, entonces cuando salíamos de la cancha entre todos los hinchas no nos pasaba nada, porque antes era difícil para los jugadores salir de una cancha visitante.

– ¿Te acordás de alguna vez en particular?

– Varias. Una vez ya estábamos en el micro para salir de la cancha de Gimnasia, en el bosque, y antes de que arrancara se subió un hincha agitado. Me pidió por favor que le hiciera un lugar porque lo venían corriendo, así que le di la campera que tenía y lo senté al lado mío como si fuera un jugador más. Por suerte pudimos salir lo más bien.

Quienes disfrutaron de las tropelías de Pichino, aseguran que Bilardo no inventó nada. Cuando el Narigón empezó a hacer de las suyas, ya hacía cinco años que Carone sacaba de las casillas a arqueros, defensores e hinchas rivales. El copyright le pertenece. Todos coinciden en pintarlo como un descuidista del área, un punguista de goles, un aprovechador de defectos ajenos. Y entonces, a fuerza de picardía y simpatía se transformó en ídolo. Intuitivo, rebotero, sagaz, animal de área, en su rol de pescador Pichino fue el paradigma de la viveza criolla con tal de llenarse la boca de gol.

Al Tano Roma le hizo uno increíble. Mientras el 1 de Boca hacía picar la pelota para sacar del arco, Pichino esperó un pique, puso la punta del botín y adentro. Y cuando sacaba de quicio a sus rivales, tipos como “Hacha Brava” Navarro, Albrecht o Silvera se le iban al humo para comérselo crudo, y ahí Carone se les plantaba con un “¿A mí me vas a pegar…? Ahora te hago el gol y después te hago echar”, les retrucaba subiendo la apuesta. Y a veces acertaba. Lejos de aquellas escaramuzas de antaño, hoy el ídolo fortinero asegura que si tuviera que volver a calzarse los cortos, haría lo mismo. “Es que adentro de la cancha es muy importante hablar, el que se queda callado pierde. Hay que hablarles a los rivales, a los árbitros, a todos…”, enumera como si tratase de una poción mágica.

Con toda su desfachatez a cuestas, Pichino era uno de los preferidos del presidente del club, que por entonces no era otro que José Amalfitani. “Don Pepe era un gran tipo –asegura- gracias a él me pude hacer la casa. Me adelantó plata que después me descontaban por mes. Me decía ‘mirá que esto es para la casa, ni se te ocurra comprarte un coche’. Yo por entonces tenía un Fiat 600 usado y lo quería cambiar, pero él no quería saber nada con eso”. Esa primera casa Pichino la tuvo en Villa Urquiza, en la calle Cantilo, pero desde 1971, justo cuando largó el fútbol a los 29 años, su destino se asoció a Villa Luro y desde entonces se instaló en Ramón Falcón y Guardia Nacional. Allí crió a sus tres hijos. “Dos me salieron de River, sólo el mayor es de Vélez”, dice el feliz abuelo de cinco nietos.

Así como Willington era una especie de escudo protector de Pichino, él también supo calzarse la pilcha de consejero con otro ídolo indiscutible del Fortín. “Cuando le tocó debutar en la primera de Vélez, yo lo cuidé mucho a Carlitos Bianchi. Le advertía cuáles eran los defensores más peligrosos y más duros, y cómo y dónde tenía que pararse para evitar que se comiera muchas patadas”, explica. Y el propio Virrey lo corroboró en varias notas. “Debuté contra Boca y veía todo con ojos de pibe. Como era de esperar, en la primera jugada Magdalena me pegó una patada terrible y Carone lo fue a encarar, aunque con el físico que tenía no podía pelearse con nadie. Me acuerdo que Magdalena le dijo ‘callate que en la próxima cobra él y cobrás vos’”, relató alguna vez el máximo goleador de la historia velezana.

Por aquellos años, un hit tribunero resonaba en los alrededores del estadio: “Pichino, Carone, la hinchada quiere goles”, para luego confundirse con aquel otro que llenaba las gargantas del pueblo fortinero: “Cojudo, cojudo, cojudo hay uno solo, cojudo es Pichino que les rompe el culo a todos”.

Aunque fue partícipe indiscutido del primer título de Vélez, en aquel inolvidable Nacional del 68’ Pichino jugó apenas tres partidos y convirtió dos goles, porque sufrió la rotura del tendón de Aquiles. “Jugábamos en la cancha de Independiente, salté a cabecear y se me cortó”, recuerda. Y sobre lo de la supuesta mano de Gallo en la final contra River, Pichino prefiere no decir nada, tiene guardada esa escena como un secreto de Estado. “No sé, no me acuerdo, pasó mucho tiempo”, dispara con una sonrisa pícara.

Tras aquella lesión ya no volvió a ser el mismo. Sin continuidad marcó apenas cinco veces en el 69 y un año después, el electo presidente José Ramón Feijoo, le concedió la libertad de acción. El cenit de su carrera había quedado atrás. Se sumó a las filas del Racing post Pizzutti y luego se enroló en el Veracruz mexicano -entidad en la que se reencontró con el fileteador cordobés de muchos de sus festejos goleadores- donde colgó definitivamente los botines.

Aún muchos lo recuerdan como uno de los pocos diestros que por entonces lucía el 11 en la espalda, para arrancar desde la izquierda y trazar temibles diagonales. Si se le pregunta por algún otro jugador que se moviera como él en la cancha, piensa un poco y responde “el último que picaba en diagonal en Vélez era Pratto. Es un jugadorazo ese muchacho, cada vez que encaraba era medio gol. Hoy lo extrañamos bastante…”.

Pichino se identifica como un tanguero de ley, y cuando no está en la Platea Norte del Amalfitani alentando a su querido Vélez, se pasa tardes enteras escuchando a Osvaldo Pugliese y Aníbal Troilo. “Es una lástima que no pueda asistir público visitante a las canchas. A mí me fortalecía escuchar los insultos de la hinchada contraria, más me puteaban más me agrandaba”, desliza a modo de epitafio y yo aprovecho para darle la mano al tipo que hizo feliz a mi Viejo.

Ricardo Daniel Nicolini

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