Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 25, 2024 5:53 am
Cosas de Barrio

Todo suelto: la prehistoria de los comestibles envasados

Cuando las galletitas, el azúcar y el aceite se vendían por peso y “la yapa” era un mimo del comerciante

Por Daniel Aresse Tomadoni (*)

Los recuerdos de hoy me remontan, una vez más, a los años de la infancia, donde la mayoría de los productos que consumíamos -salvo aquellos que venían en latas o en botellas- se vendían sueltos, y entonces la aguja de la balanza determinaba el valor en función del peso. En casi todos los comercios, ya sea el almacén, la verdulería o la panadería, y especialmente en la vieja Feria de Liniers, los alimentos envasados ni siquiera habitaban nuestros sueños.

Por aquellos años, uno ingresaba al almacén y veía a Don Manuel o a Don Henares, como a los adalides de la precisión a la hora de pesar un producto, capaces de calcular “a ojímetro” la cantidad exacta de azúcar solicitada por el cliente. Recuerdo que Don Henares la ubicaba en enormes cajones con tapa, donde los terrones gigantes asomaban como icebergs, a la vista de todos. Pero ese no era el único don de los almaceneros. También eran capaces de cerrar las bolsas de papel con dos orejitas idénticas con sólo retorcerlas.

Lo mismo ocurría con las galletitas, cuyas latas con ventanas redondeadas ocupaban enormes estanterías. Si uno quería aceite, el mismo almacenero colocaba nuestra botella de vidrio debajo de un gran tanque y bombeaba el tipo de aceite que le pidiéramos. Claro que todo era a ojo de buen cubero, porque las balanzas de “peso exacto” podían fallar, pero eso sí, siempre a favor del cliente.

Claro que no todo era tan lindo y pintoresco, también estaba el costado bizarro, ya que muchos productos frescos solían envolverse en papel de diario, algo bastante complicado para limpiar y, sobre todo, contaminante. Pero al mismo tiempo y dependiendo de la generosidad del comerciante, la compra solía tener un plus: “la yapa”, como le decíamos, o aquellas verduritas -como el perejil-que solían regalar los verduleros y que hoy las venden en bandejitas.

Pero el placer mayor era entrar a la panadería y pararnos frente a las hermosas carameleras de vidrio, para deleitarnos con esa mezcla de dulces de todos los colores, y que luego nos llevábamos para casa, de acuerdo a la cantidad de monedas que tuviéramos en ese momento.

Pero si hablamos de alimentos sueltos, la leche merece un capítulo aparte. Recuerdo que siendo muy chico el lechero pasaba a diario por la puerta de casa. Entonces las vecinas salían con su hervidor u olla en mano para que el lechero repitiera una y otra vez la misma dinámica: del tarro grande al más chico, que era el medidor, y de allí al recipiente de las vecinas.

Todo parecía más simple, sin tantos rodeos, las sederías o las mercerías cortaban las tela con unos centímetros de ventaja para el cliente; era habitual que las panaderías y kioscos pesaran unos gramos de más o incluyeran pancitos o caramelos de regalo. Porque lejos de empobrecer al comerciante, esa “yapa” dejaba expuesta a las claras su honestidad, además de ser su principal herramienta de marketing.

Esa postal de infancia en mi querido Liniers, perdurará por siempre en mis recuerdos juntos a los rostros de aquellos comerciantes, que ayudaron a pintar de alegría esos años inolvidables. Hasta la próxima.

 (*) Aresse Tomadoni es director general de Multinet (Radnet/La Radio, El Viajero TV, Club de Vida TV)

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