Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 20, 2024 3:26 am
Cosas de Barrio

Vivir enfrente de un violador

Dos familias de Liniers denunciaron a un vecino por tres casos de abuso sexual. Los hechos ocurrieron cuando las víctimas tenían 6 y 7 años

A comienzos de noviembre, tras dos décadas de ostracismo, en la cuadra de Timoteo Gordillo entre Patrón y García de Cossio salió a la luz una verdad aberrante. La misma que, al revelarse, desató una doble jornada de cacerolazos en la que los vecinos, indignados, repudiaron a Ramón Lucero. El hombre de 82 años, más conocido como “Chango”, está acusado de haber abusado sexualmente hace veinte años, de tres menores –todas vecinas de enfrente de su casa- quienes hoy finalmente se animaron a hablar y elevar el caso a la Justicia. “Me contó de la violación que tuvo de chica. Me dijo que esto había empezado cuando tenía 6 o 7 años y que se extendió un tiempo largo”, comienza diciendo Rubén Roncaglia, de 67 años, vecino de Liniers y padre de una de las tres víctimas de Ramón Lucero, que vive allí donde él mira todos los días apenas abre la puerta de su casa. 

“Si esto hubiese explotado hace veinte años, no hubiese tenido el mismo impacto que hoy”, asegura Juan, de 30 años, vecino de Rubén y hermano de las otras dos chicas abusadas, que prefiere no revelar su apellido. Ambas familias saben que las chicas –hoy mayores de edad- han logrado escupir una verdad que llevaron atragantada durante años. “Pudo hablar y sacarse esa carga tan pesada”, dice Rubén con la voz entrecortada.

Juan explica que sus hermanas “no quieren hablar mucho” y asegura que la hija de su vecino “las convenció para que lo hicieran”. Hoy, Rubén, Juan y sus familias, aguardan el avance de la causa que recayó en el Juzgado Criminal y Correccional N° 8, Secretaría 125, a cargo de la Dra. Bernard, caratulada como “abuso sexual simple”.

No obstante, al tener más de 80 años, Lucero no irá a prisión, de allí que las familias de las víctimas quieren que, al menos, el barrio sepa quién es esta persona. “El escrache social quiero que esté, porque preso no va a ir el tipo. Esa es la realidad”, sostiene Juan, y Rubén coincide plenamente “esto se tiene que divulgar lo máximo posible, porque ese escrache equivaldría casi a una cadena perpetua”.

El secreto de su hija

Este escalofriante caso comenzó a salir a la luz a comienzos de este año, cuando la hija de Rubén decidió finalmente contárselo a su madre. Para entonces, la joven debió atravesar durante años un extenso tratamiento psicológico en el que la cruel verdad se mantenía atragantada, hasta que veinte años después, salió a la luz. Rubén traga saliva, le cuesta hablar de “semejante barbaridad”, como califica el episodio del que fue víctima su hija y otras dos vecinas, cuando apenas estaban empezando la escuela primaria. “Yo me terminé enterando un poco antes del primer cacerolazo”, cuenta Rubén, que trabaja como empleado del Mercado Central. “Me genera una impotencia tremenda sólo pensar que enfrente de mi casa vivía el tipo que abusaba a mi hija”,  y luego, sobre el acusado del triple caso de violación, agrega “no las violó una vez…”.

Sin embargo el hombre admira la valentía de su hija, que después de tanto tiempo se atrevió a confesar el calvario que debió atravesar en su infancia. Ella fue la primera en hablar. “Si ella no se hubiese animado a contar, tal vez no nos enterábamos nunca”, reconoce Juan y cuenta que fue ella la que convenció a sus hermanas para que lo hicieran.

Luego de que en los dos hogares la dura verdad saliera a la luz, Rubén y Juan convocaron a dos días seguidos de cacerolazos, custodiados por un pequeño cuerpo policial, que los acompañó durante la protesta. “Fui llamando a muchos conocidos que tengo en el barrio y los vecinos nos apoyaron”, indica Juan, sobre las marchas realizadas el 5 y 6 de noviembre a la caída del sol, frente a sus casas, más precisamente en la vereda del domicilio de Ramón Lucero. Por momentos la policía debió frenar a un grupo reducido que pretendía derribar a patadas la puerta de entrada a la casa. Las huellas de la manifestación aún perduran en el frente de la vivienda, donde se leen pintadas tan reveladoras como elocuentes.

“Este tipo era de la gente ejemplar del barrio”, dispara Juan cuando se le pregunta por Lucero. Y aún masticando bronca asegura “no lo maté porque los vecinos me frenaron”. Tras las dos jornadas de protesta, a las 12:31 del sábado 7 de noviembre la hija de Rubén formalizó la denuncia en la Comisaría 9B. “Queremos que este tipo pague por todo lo que les hizo a las chicas, que el barrio sepa que ese vecino tan simpático que trabajaba de mecánico en su casa era un reverendo hijo de puta”, explica Rubén sin eufemismos.

Ya con la denuncia radicada en la Justicia, la cuadra vivió una tensa calma. Pero en medio de la tranquilidad, un par de días después de las manifestaciones, la hija de Lucero se apersonó en la vivienda del acusado. “Mi señora estaba en la puerta de casa cuando vinieron a querer retirar cosas de ahí -indica Rubén apuntando hacia la casa de enfrente- y una de las hijas la encaró a mi señora y le gritó ‘me las van a pagar’. Encima de toda esta desgracia que tenemos ¿nosotros somos los culpables? ¿Qué les tenemos que pagar si somos los damnificados?”.

Pero ese no fue el único episodio. Según Juan, las hijas de Lucero se contactaron con su familia para tratar de arribar a un “arreglo” económico, que les permitiera volver a poner la acusación bajo siete llaves.. Es decir, un negocio inadmisible. “Ninguna de ellas se acercó por empatía para hablar sobre cómo sucedieron las cosas. Al contrario, vinieron acá a ofrecer dinero, a incentivar a las víctimas para que no declaren”, comenta Juan indignado.

Un vecino “simpático”

Mucho saben de “Chango” las familias de las jóvenes abusadas, pero ambas desconocen su paradero actual. “Dios sabrá, yo no tengo idea dónde estará ahora”, titubea Rubén, pero Juan dice tener la sospecha de que Lucero está protegido en la casa una de sus hijas. “Estoy casi seguro de que está ahí, en otro lado no puede estar”, especula el hermano de dos de las víctimas de pedofilia.

Para ambas familias, en el perfil de Lucero no había nada que pudiera hacerlos sospechar de las aberraciones que estaba cometiendo. “Era un tipo simpático, caritativo, me acuerdo que salía a la calle y les daba plata a los chicos. Jamás hubiera pensado que podría ser un pedófilo, hasta que un día me cayó la ficha”, explica Juan. Rubén, por su parte, lo veía “como un señor. Tenía un montón de conocidos, nunca dejaba de ayudar. Uno lo que menos se imaginaba es que el tipo hiciera lo que hizo”.

El padre de una de las víctimas dice sentir en su interior una rara mezcla de ira y desolación. “La hizo bien, era un vecino ejemplar, no dejó ni un cabo suelto el turro”, dispara con los ojos húmedos de bronca. Aunque, en un flash, asegura entre lágrimas “es triste estar en mi lugar y, como padre, tener que soportar que le suceda esto a una hija”. Y la impotencia es más elocuente aún cuando confiesa que “fuimos muy amigos con este tipo. Viajamos juntos, nos juntábamos a cenar seguido. A mí jamás se me cruzó por la cabeza que este reverendo hijo de puta violase a mi hija. Compartíamos una mesa y abusaba de mi hija. Esto no tiene perdón”.

Podría haber más víctimas

Esta dramática historia, no obstante, parece tener un capítulo más. “Hay otra víctima de este tipo”, afirma Juan, y como si hubiese sido ayer recuerda que “cuando era chico, esa piba debería tener unos 15 o 16 años y la madre se la vendía. La mujer venía, se la entregaba al tipo y después iba a cobrar”. Un episodio descripto de memoria que hoy parece cobrar otra dimensión. “Yo era pibe y estaba en un teléfono público a la vuelta de casa –continúa Juan- cuando la enganché llorando a la chica. Le preguntó qué le pasaba y me contó que la madre la vendía”. Lo narrado por el hombre de 30 años también forma parte de la causa por la que se lo imputa a Lucero.

“Por acá todos sabemos que la chica, que era menor de edad, tuvo un hijo de él. Hoy esa piba debe tener unos treinta y pico”, estima haciendo las cuentas y asegura que este hecho ocurrió “hace quince años más o menos”. Y luego especula “Anda a saber cuántas víctimas más tiene…”.

Hoy la causa está en manos de la Justicia y la investigación está en marcha. Veinte años tuvieron que esperar las víctimas para animarse a sacar a la luz una verdad tan cruda y aberrante que las marcó para siempre. Tal vez por eso Rubén, sumido por la angustia, les pide a los padres que estén alertas “el pedófilo puede estar enfrente de su casa y no te das cuenta”.

Santiago Rodríguez

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