Periódico zonal del Barrio de Liniers para la Comuna 9
April 20, 2024 8:43 am
Cosas de Barrio

MOVIENDO LAS CABEZAS

Tras la reapertura de las peluquerías, tres reconocidos estilistas locales relatan su experiencia de atención con el nuevo protocolo sanitario

Fue uno de los retornos más esperados por muchos y también fue, desde el anuncio del aislamiento social -pasando por sus reiteradas actualizaciones- uno de los rubros que más padeció económicamente a causa de su inviable habilitación, que debió demorarse durante más de cien días, mientras las cifras de la pandemia peinaban una cresta ascendente difícil de cortar, incluso con el filo de la cuarentena.
Hasta que finalmente el día llegó. Luego de varios meses observando tras las cortinas cómo se flexibilizaban otras actividades comerciales, las peluquerías de la Ciudad de Buenos Aires volvieron a abrir, renovadas por un protocolo avalado por el gobierno porteño, cuyas medidas –aunque modificaron sustancialmente el escenario de los salones- se convirtieron en el tubo de oxígeno para la asfixia económica que padecieron sus dueños. “Hoy estamos felices por volver al salón, pero la situación económica sigue siendo sumamente delicada y no podríamos aguantar un cierre de vuelta”, analiza Fernando Campins, titular de dos peluquerías (una de ellas en Lisandro de la Torre al 900) y cuya razón social lleva su nombre, las cuales bajaron sus persianas con anticipación al decreto de la cuarentena. “Cerré los salones el miércoles 18. O sea que un día antes yo ya había tomado la decisión de cerrar”, cuenta el hombre de 37 años, que hoy tiene a cargo “doce familias que viven de este trabajo”.
Por su parte, Gastón González, dueño de la peluquería Glams –con sede en Lisandro de la Torre al 200 y Emilio Castro al 7500- decidió acatar desde el primer día las órdenes del Ejecutivo. “La cuarentena la cumplimos tal cual la dispuso el gobierno nacional y la peluquería la reabrimos el 29 de julio, cuando nos habilitaron para la reapertura”, cuenta el muchacho de 39 años con una sonrisa de oreja a oreja, dejando atrás la amargura de estar “cuatro meses y nueve días con las persianas bajas”.
A su vez, en Mataderos, el salón de Mario Antúnes cerró la misma noche del anuncio oficial del aislamiento, al compás de una ejemplar filosofía de vida. “Hay dos lados: el positivo y el negativo. Yo siempre le veo el lado positivo a las cosas. Y en este caso pude disfrutar de la familia y descansar”, reflexiona el peluquero de 33 años, quien hace un año mudó su peluquería de Parque Avellaneda a su flamante local de Zequeira y Corvalan, a metros de la avenida Emilio Castro. “Sé que muchos colegas tuvieron que cerrar definitivamente –se lamenta- pero gracias a Dios, nosotros seguimos de pie. Toco madera porque todavía no terminó la pandemia. Pero por ahora venimos piloteándola bastante bien”.
Ninguno de los tres estilistas locales desconoce que “muchas peluquerías siguieron atendiendo con las persianas bajas”. Pero en sus casos, ninguno debió colgar el cartel de “se alquila” o atender a sus clientes a escondidas. Al contrario, los peluqueros apostaron por reinventarse, siendo el denominador común la venta de kits de tintura para el cabello. “Tengo una tienda online donde vendo productos”, cuenta Mario, y Fernando asegura que se puso el negocio al hombro: “yo mismo estuve haciendo las entregas a todos los clientes para poder juntar algo para el salario del equipo de trabajo”, manifiesta con tono de líder el peluquero influencer con más de 120.000 seguidores en Instagram, y agrega “como tengo mucho movimiento en las redes sociales y soy educador, empecé a dar cursos online a nivel internacional y con esos ingresos pude potenciar nuestra economía y achicar las deudas, más allá de que las deudas que asumo son altísimas”, explica el artista de la marca Wella.
Es así que el comercio online, las ventas a domicilio y los cursos virtuales fueron las estrategias elegidas tanto por Fernando, Gastón y Mario para generar un ingreso genuino con el cual, al menos, poder abonarle el sueldo a sus empleados, ya que pagar los gastos fijos era una meta muy lejana. “De los gastos fijos llegué a cubrir entre un 20 y 30 por ciento nada más”, calcula Fernando, cuyos ingresos mensuales se destinan, en primer lugar, al pago de facturas de luz, gas, teléfono e Internet, que arribaron a su buzón con números inimaginables, teniendo en cuenta que el local permaneció cerrado. “Durante estos meses sin gastar un centavo de energía, tuve que pagar 50.000 pesos de luz”, se queja tomándose de la cabeza. El segundo costo a considerar es el pago de los alquileres de sus dos locales que, en palabras del estilista, “fue imposible pagar”. Algo similar le ocurrió a Mario. “Debo un alquiler porque me atrasé”, comenta cabizbajo, aunque añade “al personal, le seguí pagando.” En el libro diario de Gastón, también figura el pago de honorarios a profesionales. “A los chicos se les respetó el sueldo”, afirma y, al igual que Fernando, agrega que de él y sus socios “dependen muchas familias”.
El centenar de días de inactividad invadió de angustia no sólo a los empleados de las peluquerías, sino también a sus dueños. “Tuve que utilizar más del 70 por ciento de mis ahorros y ya no puedo darme el lujo de dilapidar el resto, porque atrás mío tengo una familia”, señala Fernando, mientras que para Gastón, dueño de las peluquerías Glams, la cuarentena fue “un golpe duro a la economía del negocio. Lo poquito que veníamos progresando lo tuvimos que invertir para mantener el personal y por suerte no despedimos a nadie”, cuenta el hombre a dos años y cinco meses de la inauguración de su segundo local, en el corazón del coqueto Barrio Naón.
A Mario, los ahorros verdes le sujetaron la mano mientras pendía del abismo económico. “Siempre ahorro en dólares, y eso me salvó”, aclara apesadumbrado el peluquero de 33 años, y luego aclara que “ayuda del Estado no hubo”. El porqué lo explica Gastón: “nosotros no entramos en la ayuda del Estado porque esa ayuda está destinada a empleados fijos y en nuestro caso son monostributistas”.
Por su parte, Fernando recibió luz verde del gobierno, noticia que lo tranquilizó ya que esa ayuda representó un alivio en su espalda. “Nos salió el ATP (Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción) para los empleados, que me sirve para cubrirles el 50 por ciento del sueldo de los empleados, porque la otra mitad sale de mi bolsillo sin tener grandes ingresos”, cuenta, para finalizar con un largo suspiro.
“Me lo tomo con calma. Lo que pasó pasó”, reflexiona Mario, quien desde la aprobación del protocolo por parte del Gobierno porteño para la vuelta de las peluquerías, pone su atención en el cumplimiento de las medidas sanitarias dentro de su local desde las 11 hasta las 21, el horario de la nueva normalidad.
Y sobre el protocolo que debe cumplirse en cada salón porteño, Fernando explica “en primer lugar, cuando ingresan al salón los clientes deben limpiarse sobre la alfombra sanitizante. Luego tienen alcohol en gel y les tomamos la temperatura, les preguntamos si tuvieron covid o algún síntoma. Acto seguido, les brindamos una bolsa descartable para que coloquen su abrigo y sus pertenencias de manera que nosotros no tomemos contacto con sus objetos personales”.
Y respecto al lavado, aclara “usamos toallas que vienen envasadas, que una vez usadas se ponen para lavar a una temperatura acorde para matar todo tipo de virus y bacterias. Además, desinfectamos las herramientas y en la zona de lavado trabajamos con una pileta de por medio, para asegurar la distancia social”, desarrolla el estilista, haciendo énfasis en la nueva regla que también se cumple en los estudios Glams.
Por otra parte, en los sillones donde los clientes son atendidos, el piso está señalizado con una cinta demarcatoria negra y amarilla. “Es un cuadrado de dos metros por dos y entre cuadrado y cuadrado hay un metro y medio de distancia. O sea que se cumple muy bien el distanciamiento social”, afirma Gastón.
Sin dudas, el protocolo que rige desde el miércoles 29 de julio modificó drásticamente el interior de las peluquerías, que ahora lucen decenas de botellitas de alcohol en gel, barbijos con el logo del salón y el termómetro, que en el mostrador se hizo amigo del teclado y el ratón. Pero al margen de los elementos sanitizantes, existe una medida que cambió en cierto aspecto la forma de trabajar. “No estoy acostumbrado a los turnos, yo me manejaba con orden de llegada”, confiesa Mario. Y como él, Gastón también se queja del nuevo sistema de atención. “Como damos un turno cada media hora, muchas veces ocurría que te pasabas cinco minutos de un corte y el cliente siguiente esperaba sentado, entonces la pelu se llenaba de gente y a veces era un caos. Pero ahora tenemos que dar un turno por hora y estamos más tranquilos”, aclara el dueño de Glams.
El protocolo de las peluquerías llegó para quedarse, y de ahora en adelante ya nada será como antes. Al menos hasta la llegada de la vacuna. “Lógicamente, es mucho más frío el contacto con el cliente”, admite Gastón, y sostiene que “la distancia sigue siendo la misma porque no se puede cortar el pelo desde lejos”.
Para Fernando, Gastón y Mario, el 29 de julio fue un volver a empezar. Una vuelta a la rutina de sus salones que a base de trabajo y sacrificio lograron edificar, y que gracias a la bendición del protocolo lograron rescatar de la agonía económica. Es por eso que como discípulos de la imagen, la belleza y la estética, confiesan que no podrían tolerar un eventual cierre. “No creo que haya marcha atrás con la apertura de las peluquerías -afirma Fernando haciendo gala de su optimismo- porque con los protocolos que estamos aplicando y de la manera en la que trabajamos, te puedo asegurar que se corren menos riesgos de contagio en una peluquería que yendo al supermercado”.

Santiago Rodríguez

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